Parte I: María Magdalena en los Evangelios canónicos y los Evangelios gnósticos

La fuente más antigua escrita sobre María Magdalena, también llamada María de Magdala, María o Miriam, son los evangelios canónicos, del siglo I. Existen pocos datos de esta mujer que parece haber estado junto a Jesús desde los tiempos en los que predicaba en Galilea, pues era originaria de esa región, concretamente de la ciudad de Magdala, lugar floreciente cerca del lago Tiberíades.
Leyendo los Evangelios podemos pensar que, en una época en la que la mujer estaba totalmente relegada, Magdalena acompañó a Jesús junto a otras mujeres y a los apóstoles varones, con lo que el profeta rompió con algunos tabúes del patriarcado judío ante la perplejidad de sus discípulos hombres. Esas mujeres aparecen y desaparecen de la vida de Jesús, pero la que siempre permanece es María de Magdala. Seguramente pertenecía a una familia acomodada o era poseedora de algunos bienes que empleó para financiar el ministerio de Jesús. Esto último aparece confirmado en el Evangelio de Lucas.
En ese mismo Evangelio es nombrada como la primera de las mujeres que siguen a Jesús, por lo que le otorga un papel preeminente entre todas ellas. Según los Evangelios de Marcos, Mateo y Juan, estuvo presente en la crucifixión de Jesús. Asimismo, los cuatro evangelistas la sitúan como primer testigo de la resurrección del Maestro junto a otras mujeres, siendo la que comunica la noticia a los demás discípulos aunque no la creen. Por este motivo en el cristianismo occidental se la considera “apostola apostolorum” (apóstol de apóstoles), mientras que en el oriental se honra a María Magdalena por su cercanía a Jesús considerándola “isapostolos” (igual a los apóstoles).
Sin embargo, es precisamente en el cristianismo occidental donde se la rebajó y se proclamó su condición de prostituta y pecadora arrepentida sin ningún fundamento histórico ni bíblico. Se ha tratado de explicar esto aludiendo a la confusión entre la prostituta anónima que aparece en Lucas 7 que se presenta ante Jesús y le lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, con otras mujeres llamadas María que aparecen en los Evangelios. Ya en una homilía del papa Gregorio Magno (s. VI) se muestra a María Magdalena como prostituta arrepentida. Sin embargo, es curioso cómo en la iglesia oriental nunca se produjo tal confusión. A consecuencia de la misma, en la tradición católica pasó a ser un personaje secundario a pesar de su importancia. Esta visión como pecadora arrepentida perdurará en la Iglesia hasta el Concilio Vaticano Segundo, en 1963, aunque se ha mantenido en el imaginario colectivo de muchos católicos hasta nuestros días.
Los evangelios canónicos nos muestran una mujer fuerte, leal e independiente. Magdalena es la única mujer de la Biblia que no es definida a través de su parentesco con algún varón, ya sea hijo, hermano o marido. Todas las demás, y entre ellas hay varias Marías, son identificadas a través de uno de sus parientes masculinos como por ejemplo María Cleofás, que era esposa de Cleofás, y María de Santiago, madre de Santiago. Además tenía cierta independencia económica, como ya hemos señalado.
Sin embargo, para conocer la importancia que tuvo María Magdalena en los primeros siglos del cristianismo tenemos que recurrir a los evangelios gnósticos que presentan un cristianismo donde la mujer puede ser discípula de Jesús al mismo nivel que los hombres y donde además tiene capacidad de enseñar a los que son más ignorantes que ella, poniéndose así en cuestión el papel exclusivo de los discípulos varones.
Las primeras huellas del pensamiento gnóstico se pueden encontrar bastante antes del cristianismo según muchos investigadores. Es el conocimiento que se encontraba en los Misterios de Mitra, Eleusis, Dionisio, Hécate, Serapis o Isis. También en el Orfismo y el Pitagorismo, en los libros egipcios y tibetanos. Es la sabiduría trascendental que nos lleva a la búsqueda de una iniciación dirigida a la transformación del ser humano.
Del gnosticismo podemos señalar algunas ideas: la primera es que el mal proviene de la ignorancia y por tanto la forma de redimirse es el conocimiento, la gnosis. Según Francine Culdant en su libro El nacimiento del cristianismo y el gnosticismo, la gnosis es un conocimiento que se adquiere por medio de una revelación, siendo su máximo exponente el conocimiento adquirido sobre uno mismo, el del ser verdadero. El método de la filosofía gnóstica entonces es el de la introspección, que nos conduce al conocimiento de nuestra verdad interna.
Otra idea interesante es que el Gnosticismo realiza una interpretación dualista del cosmos: lo material y lo espiritual, la luz y las tinieblas, el bien y el mal conforman el mundo en el que habitamos. Además, para explicar y transmitir sus ideas, los gnósticos se sirven de relatos mitológicos que intentan facilitar la comprensión de qué es el yo, de dónde viene y a dónde va, concibiendo al ser humano como un ser imperfecto dominado por pasiones, de las que solo puede liberarse si se conoce bien a sí mismo. También practican rituales, como el de “la investidura”, donde el iniciado realiza un camino progresivo de ascenso hacia la luz en el que se va despojando de sus pecados y de su vida anterior según avanza en el conocimiento.
Estas ideas de autoconocimiento, autorrealización o introspección, de sentirnos seres perfectibles dentro de un camino consciente de mejora personal, no nos resultan extrañas a nosotras, masonas, que aspiramos a través del conocimiento a la transformación de nuestros defectos, que damos un paso hacia adelante para nacer de nuevo y reconstruirnos. Gracias a estos evangelios gnósticos, los estudiosos señalan que al principio del cristianismo había varias corrientes entre las que destacaron dos principales: la más clásica y tradicional, representada por Pablo y Pedro, la triunfadora, que consideraba que la salvación venía a través de la fe y que el mal del mundo tenía su origen en el pecado, y la encabezada por María Magdalena, inspirada por la filosofía gnóstica.