Parte II: El Evangelio de María
Uno de los evangelios gnósticos es el “Evangelio de María”, escrito a principios del siglo II de nuestra era y atribuido a María Magdalena. Solamente conservamos un fragmento en copto encontrado a finales del siglo XIX y dos fragmentos en griego que aparecieron en el siglo XX.
Según Karen King, profesora de Teología de la Universidad de Harvard, este evangelio no sólo presenta una interpretación radical de las enseñanzas de Jesús como un camino hacia el conocimiento espiritual interior sino también “el argumento más directo y convincente en cualquier escrito cristiano primitivo sobre la legitimidad del liderazgo de las mujeres.” Este liderazgo se basaba en la madurez espiritual de la persona, fuera hombre o mujer.
Para algunos estudiosos, los evangelios gnósticos plantean una reacción ante la excesiva jerarquización de la Iglesia, cada vez más semejante a la estructura patriarcal del Imperio Romano. Se cuestiona así la pretensión de la Iglesia fundada por Pedro de tener la exclusiva de la autoridad apostólica para interpretar y difundir el legado de Jesús por medio de una clase sacerdotal masculina, devaluando el papel de la comunidad. Sin embargo, para los gnósticos, cualquiera capaz de entrar en contacto directo y personal con Dios, sea hombre o mujer, es el elegido que debe enseñar y difundir su mensaje. Por tanto la autoridad no puede quedar fijada en un marco institucional, sino que debe seguir siendo espontánea, carismática y abierta. También se cree que estos evangelios reflejan una reacción contra la marginación progresiva de las mujeres en la Iglesia, que en los orígenes del cristianismo desempeñaron un claro papel teológico y pastoral. Por tanto, no es de extrañar las persecuciones que sufrieron los gnósticos por parte de la Iglesia, que además se lanzó a la destrucción de muchos de sus escritos por considerarlos heréticos.
En el “Evangelio de María” podemos encontrar una espiritualidad que no hay en los evangelios canónicos y un rechazo por parte de algunos discípulos al papel fundamental que representa Magdalena a través de sus visiones, que la ponen en contacto directo con Jesús. La sensación que nos provoca es que hombres como Pedro y Andrés no entendieron las enseñanzas del Maestro, no estaban preparados para ellas y dieron lugar a la Iglesia que hoy conocemos.
Esto queda reflejado muy claramente en el “Evangelio de María”, en el que Pedro pide a Magdalena que les cuente aquellas palabras que Jesús le dijo y que solamente conoce ella, a lo que María le contesta: “lo que no os está dado comprender os lo anunciaré”. Entonces les transmite lo que Jesús le dice mediante una visión. Esto pone a María Magdalena en una situación de superioridad respecto a los demás discípulos, a lo que reacciona Andrés diciendo: “Decid, ¿qué os parece lo que ha dicho? Yo, por mi parte, no creo que el Maestro haya dicho estas cosas. Estos pensamientos difieren de lo que conocemos.” Pedro replica: “¿Ha hablado el Maestro con una mujer sin que lo sepamos, y no manifiestamente, de cosas que ignoramos, de modo que todos debamos volvernos y escuchar a esta mujer? ¿Acaso la ha preferido a nosotros?”.
Ante este ataque Leví contesta: “Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo arremetiendo contra una mujer como hacen nuestros adversarios. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros.”
La imagen que nos proporcionan los evangelios gnósticos, no solo el de María Magdalena, sino también el de Felipe y el de Tomás, era la de una mujer iluminada, culta, que conocía la filosofía gnóstica, y por ello pudo tener un diálogo con Jesús diferente, a otro nivel, porque los apóstoles eran en su mayoría casi analfabetos. Por eso Jesús les tenía que hablar por medio de parábolas. De ahí que con María Magdalena tuviera una relación de mayor cercanía que con el resto de sus discípulos.
Así pues podemos concluir que María Magdalena fue la discípula preferida de Jesús, la que mejor comprendió su mensaje, su compañera (Evangelio de Felipe); la espiritual, la pura, la bienaventurada (Pistis Sophia, tratado gnóstico del siglo III); la iluminada (Evangelio de Tomás); la que comunicó a los apóstoles su resurrección, la primera a la que se le apareció tras su muerte (Evangelios Canónicos); la que mantuvo el contacto espiritual con el profeta tras su muerte mediante sus visiones. Fue la que infundió valor a los discípulos para predicar la palabra de Jesús tras su muerte cuando ellos, los varones, se escondieron por temor a las represalias. Intentó difundir una espiritualidad que se colocaba por encima de la fe, que creía en la vivencia personal, en el conocimiento interior, en la igualdad entre hombres y mujeres.
Magdalena se ha ganado el derecho a ocupar un lugar destacado dentro de la historia y también para nosotras las masonas, pues fue una iniciada en un tipo de conocimiento que no se adquiere sólo a través de la tradición sino también a través de la experiencia espiritual e íntima, desde una perspectiva humana e igualitaria. Es un conocimiento de lo que hay más profundo en el propio ser (el pneuma, el espíritu). Solo cabe soñar en como hubiera sido el mundo actual si en lugar de Pedro, la piedra, hubiera perdurado la visión de María Magdalena.
Nosotras, como mujeres masonas que buscamos el conocimiento, que somos garantes de la pervivencia de una tradición, que nos iniciamos conscientemente en un camino de crecimiento personal y espiritual, debemos llevar sobre nuestros hombros la misión de situar en el lugar que debieron ocupar y se les negó a aquellas mujeres que fueron relegadas al olvido, que pudieron haber dejado en la historia una huella transformadora, descorriendo la cortina con la que otras manos cubrieron sus hechos y circunstancias.
Pero también debemos hacerlas presentes a través de nuestros actos, siendo dignas herederas de su legado y sirviendo de ejemplo para las que vendrán después de nosotras, intentando con nuestro esfuerzo y reconocimiento público que toda mujer ocupe el lugar que se merece en igualdad con el hombre.