Tolerancia y laicidad como complemento a nuestra divisa de "Libertad, Igualdad y Fraternidad"

octubre 20, 2022

PARTE I: QUÉ ENTENDEMOS POR LAICIDAD Y POR TOLERANCIA

Laicidad procede de la palabra griega “laicos” y significa pueblo. Francia ejemplifica de modo especial la adopción de la laicidad del Estado como concepto de organización de la sociedad en la segunda mitad del siglo XIX y bajo la Tercera República. La laicidad es concebida como un sistema de neutralidad recíproca de los poderes espirituales y religiosos con respecto de los poderes políticos, civiles y administrativos. El objetivo era entonces luchar contra el clericalismo y su influencia en los asuntos públicos y, a día de hoy, se configura como una ética basada en la libertad de conciencia para el libre desarrollo del ser humano como individuo y como ciudadano. Jurídicamente, en el caso francés se instaura a través de la Ley de 1905, que establece la separación de las Iglesias y del Estado, y tiene su proyección en todos los servicios públicos: enseñanza, actos oficiales, etc., en suma, la vida colectiva de una sociedad.

Aunque en sentido estricto laicidad y laicismo es lo mismo, en otros países, y particularmente en el ámbito religioso, laicismo tiene una carga peyorativa al ser utilizado como sinónimo de intransigencia e intolerancia por lo que es más ajustado utilizar el adjetivo laicidad y el sustantivo laico para referirnos por ejemplo al Estado.

La tolerancia es un valor moral que se define como respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Supone una aceptación de la diversidad, una apertura a lo diferente, una valoración del otro como un igual y nos aleja de verdades absolutas y de actitudes intransigentes. La diversidad nunca ha de traducirse en desigualdad.

En una aproximación histórica podemos diferenciar dos tipos de tolerancia. La tolerancia religiosa se desarrolla como valor moral en el siglo XVII cuando se pone fin a las guerras de religión y la tolerancia civil, que es un producto de los dos últimos siglos en los que este valor moral se extiende más allá de las creencias religiosas y abarca muchas otras cuestiones culturales y morales. La tolerancia necesita de la laicidad para asentarse y es un complemento imprescindible a nuestras divisas de libertad, igualdad y fraternidad.

Desde el punto de vista individual, recordemos que la masonería nos enseña a través de la máxima “Construir el templo interior para contribuir al templo exterior”,  debemos interpelarnos sobre los límites y sobre nuestra capacidad para la tolerancia puesto que ese concepto encierra a su antagónico. Toleramos lo distinto si albergamos un respeto profundo hacia lo ajeno que, de alcanzarse, permite la convivencia armónica y pacífica en la sociedad. Voltaire en su tratado sobre la tolerancia dice que lo único intolerable es la intolerancia, lo que nos plantea la importancia de enarbolar la tolerancia de forma individual y colectiva.

Para Victoria Camps la tolerancia es la virtud de la democracia y la intolerancia conduce directamente al totalitarismo. Si reflexionamos sobre los límites para establecer cuándo un comportamiento no es tolerable, nos damos cuenta de que las actuales sociedades abiertas y plurales son complejas, no existen soluciones simplistas y los límites vienen marcados por los derechos humanos y por las leyes democráticas, aunque estas estén sujetas a diversas interpretaciones y no siempre son fáciles de aplicar. No parece haber otro camino que ir construyendo consensos en el debate público. Para ello, la tolerancia es un factor determinante y no es sinónimo de pasividad o indiferencia hacia lo que piensa o cómo actúa otra persona sino una actitud comprometida perfectamente conciliable con una posición reivindicativa.

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