Clara Campoamor Rodríguez (Madrid, 12 de febrero 1888 – Lausanne, 30 de abril de 1972), política republicana española, adscrita a movimientos de derecha liberal y defensora del voto y de los derechos de la mujer.
Nace en el barrio de Maravillas, hoy Malasaña, concretamente en la calle Marqués de Santa Ana; en el seno de una familia sencilla y de pensamiento liberal. La prematura muerte de su padre le obliga a empezar a trabajar con apenas trece años como modista junto a su madre y, luego, de dependienta de un comercio.
En 1909, aprovechando la circunstancia de que no se requería titulación alguna, oposita a una plaza en el Cuerpo Auxiliar de Correos y Telégrafos. Tiene 21 años de edad y apenas estudios, pero logra aprobar las oposiciones. Primero es destinada a Zaragoza y después a San Sebastián, hasta que, en 1914, el Ministerio de Instrucción Pública saca a concurso unas plazas de maestra de personas adultas, a las que Clara decide presentarse. Logra ganar una de ellas con el número uno de la promoción, pero, al no tener siquiera el Bachillerato, sólo puede enseñar taquigrafía y mecanografía, situación esta que la motiva a reanudar los estudios.
Para aumentar en algo más sus posibilidades económicas, Clara se emplea también de secretaria en el diario progresista La Tribuna, de tendencia maurista. Este puesto le va a permitir conocer a gente del mundo de la política y es el momento en que llega a la convicción de que ése era su sitio.
En 1916 ingresa en el Ateneo de Madrid; este hecho va a suponer un hito en su historia por el amplío abanico de posibilidades que se le van a ir presentando.
Por estos años, alterna su trabajo de docente con el de colaboradora en varios diarios, como La Tribuna, Nuevo Heraldo, El Sol y El Tiempo.
La dedicación que estos trabajos le exigen no logra apartarla de sus estudios. Dotada de un singular afán de superación, en 1920, contando ya 32 años de edad, se matricula como alumna de Bachillerato en el Instituto Cisneros de Madrid, estudios que logra terminar en sólo dos años, y, a continuación, en 1922, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, carrera que concluye también en sólo dos años (1924). A finales de 1924, obtiene su ingreso en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, con el número 5.340, y, meses después, solicita su admisión en el Colegio de Abogados, instancia que le fue aprobada dos meses más tarde, ya en 1925. El 18 de marzo de ese año la Junta General de la Academia la nombra secretaria de la Sección Cuarta. En esta institución forma parte de la Comisión de Trabajos Prácticos, para la que fue elegida en julio de 1927 y reelegida el año siguiente.
Clara entra en contacto con el incipiente movimiento feminista de España, y así, desde mayo de 1922, colabora en la fundación de la Sociedad Española de Abolicionismo (asociación que pretendía acabar con la prostitución) pronunciando discursos en actos públicos junto a Elisa Soriano y María Martínez Sierra, que ya son feministas consagradas.
El 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, de ideales militaristas, nacionalistas y autoritarios, protagoniza un golpe de Estado con el apoyo de diversos sectores de la sociedad española (el Ejército, la Iglesia Católica, gran parte de la patronal y los sectores conservadores en general), suspendiendo la Constitución de 1876, disolviendo el Gobierno y el Parlamento y prohibiendo la libertad de prensa, e implanta un régimen dictatorial dirigido por un Directorio Militar, cuya cabeza asume, y, con el visto bueno del rey Alfonso XIII, concentra en su persona todos los poderes políticos.
En junio de 1926, Primo de Rivera, cansado de la oposición que encontraba entre los socios del Ateneo, decide nombrar él mismo una Junta Directiva apócrifa, sin precisar los cargos, en la que incluye el nombre de Clara Campoamor, junto con el de Victoria Kent y Matilde Huici. Victoria Kent fue la única que aceptó. Ella y Matilde renuncian a ese nombramiento, pero tal decisión le ocasiona la pérdida de cien puestos en el escalafón de su cargo en el Ministerio de Instrucción Pública, lo que le obliga a solicitar su excedencia como funcionaria, condición que no recobrará jamás.
En 1927, Primo de Rivera inaugura la Asamblea Nacional, una suerte de simulacro del Congreso de los Diputados, en la que designa trece mujeres. En relación con estas concesiones a la mujer, Clara comentará años más tarde en el Congreso que “la igualdad que la Dictadura quiso traer era la igualdad en la nada”. Fiel a sus convicciones, no colabora en ninguna iniciativa propuesta por el Gobierno y se decanta a favor de la corriente antimonárquica. Así, cuando la Real Academia de Jurisprudencia le concede su premio anual en 1927, rechaza la Gran Cruz de Alfonso XII que lleva aneja el galardón.
A comienzos de 1928 participa en el XI Congreso Internacional de Protección de la Infancia celebrado en Madrid y el 30 de marzo es elegida académica-profesor de la Real Academia de Jurisprudencia; entre 1928 y 1929 es nombrada delegada del Tribunal de Menores y en junio de 1930 es ponente en el I Congreso de la Sección Española de la Unión Internacional de Abogados.
Participa en ciclos y conferencias universitarias, y comienza a publicar escritos hasta que en 1929 Clara da sus primeros pasos en política afiliándose, junto con Matilde Huici, en el comité organizador de la Agrupación Liberal Socialista, de donde pasa a la Fuerza Republicana que lidera Manuel Azaña, en cuyo Consejo Nacional es admitida desde el principio. Aquí, por más que lo intenta, nunca logra su ideal estratégico: la fusión de todos los republicanos en un gran partido de centro, con Azaña como delfín natural de Alejandro Lerroux. En 1930, la agrupación azañista se transforma en partido político con el nombre de Acción Republicana.
El 12 de diciembre 1930 tiene lugar el levantamiento de Jaca a favor de la causa republicana acaudillado por los capitanes de Infantería Fermín Galán y Ángel García Hernández. El fracaso de esta tentativa militar lleva a sus protagonistas a la cárcel, y Clara, junto con José María Amilibia, se encarga de la defensa de los encausados Manuel Andrés y José Bayo, para los que se pedía la pena de muerte. Entre los encausados para los que se pide penas de prisión se encuentra su único hermano, Ignacio Campoamor.
En 1930 Funda y preside la Agrupación Unión Republicana Femenina.
Tras la huida de Alfonso XIII después de las elecciones municipales de 14 de abril de 1931, el Gobierno Provisional republicano aprueba una reforma de la Ley Electoral reconociendo el sufragio universal para los varones mayores de edad (23 años) y permitiendo a las mujeres sólo ser elegidas, no electoras.
En mayo se convocan elecciones a Cortes Constituyentes, pero, en Acción Republicana, donde se sabe el alcance de las reivindicaciones feministas de Clara, no quieren que encabece la lista. Temiendo no resultar elegida, abandona Acción Republicana y se integra en el Partido Republicano Radical de Lerroux. Por esta época, como Lerroux y otros muchos radicales, Clara ingresa también en la masonería.
El 28 de junio se celebran las elecciones, a las que concurre formando parte de la candidatura de la coalición republicano-socialista integrada por el Partido Republicano Radical, el Partido Republicano Radical Socialista y Acción Republicana. Y, aun imperando el sufragio universal masculino, resulta elegida diputada por Madrid, siendo una de las primeras mujeres que, junto a Margarita Nelken y Victoria Kent, obtienen un escaño en el Parlamento republicano.
El 28 de julio, las nuevas Cortes Constituyentes incluyen a Clara, en calidad de vocal, en la Comisión encargada de redactar el Proyecto de Constitución, así como en el de la de Trabajo y Previsión, en la que es nombrada Vicepresidenta.
El 1 de septiembre pronuncia en la Cámara su primer discurso. Al día siguiente, sale para Ginebra como delegada suplente ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones.
En la sesión del 1 de octubre de 1931, Clara Campoamor defendió el derecho al voto de las mujeres contra quienes argumentaban que no se debía aprobar el voto femenino, “hasta que transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y la educación” (Victoria Kent) o indefinidamente, “porque las mujeres son histéricas por naturaleza” (Roberto Novoa Santos).
Hubo quienes proponían excluir esta cuestión de la Constitución para poder impugnar los resultados si las mujeres no votaban de acuerdo con el gobierno (Rafael Guerra del Río) o reconocer el derecho a voto solamente a las mayores de 45 años “porque antes la mujer tiene reducida la voluntad y la inteligencia” (Ayuso). Las otras dos únicas diputadas en aquél Congreso Constituyente, Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, y Margarita Nelken, del PSOE, consideraban inoportuno el reconocimiento del voto femenino y no lo apoyaron.
La realidad es que parte de la izquierda y el Partido Republicano Radical, el de Clara, había mucho miedo al voto de la mujer. En efecto; con excepción de un grupo de socialistas y algunos republicanos, no querían que la mujer votase ya que suponían que estaba más influida por la Iglesia que el hombre y esto podría favorecer a los partidos de derecha, que, aunque no favorables a esta cuestión, estaban dispuestos a apoyarla.
Finalmente, el artículo resulta aprobado, cuyo texto queda como sigue: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”. Ha conseguido la mayoría que necesitaba con el apoyo del PSOE y algunos republicanos de derecha, derrotando a los socialistas de Indalecio Prieto y a los republicanos de su propia coalición por 161 votos a favor y 121 en contra. Se cuenta que Indalecio Prieto, ministro de Hacienda del Gobierno Provisional, salió del hemiciclo diciendo que aquello era “una puñalada trapera a la República”.
Paradójicamente, las elecciones de 1933, primeras con sufragio universal en España, ya que la mujer tenía derecho a voto, significaron la victoria de la derecha política, como había pronosticado Victoria Kent, y tanto ésta como Clara Campoamor perdieron sus escaños.
En 1933 no consiguió renovar su escaño. No obstante, en diciembre de 1933 es nombrada Directora General de Beneficencia, cargo del que dimitirá al año siguiente por discrepancia con el ministro.
Pero cuando en 1934, pidió, con la mediación de Casares Quiroga, ingresar en Izquierda Republicana -fusión de radicalsocialistas, azañistas y galleguistas-, la sometieron a la humillación de abrirle un expediente y votar en público su admisión, que fue denegada. Dos afiliadas llegaron a pasear en alto su bola negra, jactándose de la venganza y no pudo por tanto ser candidata en las elecciones de 1936 que dieron la victoria al Frente Popular.
Entre los días 5 y 19 de octubre de 1934 tiene lugar la revolución de Asturias, y Clara marcha a Oviedo con el fin de organizar la ayuda a los niños de los mineros muertos o encarcelados. La dura represión con que el Gobierno de Azaña ha sofocado el foco revolucionario le induce a considerar su permanencia en el PRR, lo que lleva a causar baja el 23 de febrero de 1935, mediante una carta dirigida a Alejandro Lerroux exponiéndole los motivos de su actitud: la “pérdida de confianza y la fe en el Partido” por llevar a cabo una política de derechas.
La inquina contra Clara Campoamor se debía a que muchos quisieron ver en la victoria de las derechas de 1933 la consecuencia del voto femenino, supuestamente derechista. Esa “explicación” no se sostiene cuando se considera que las izquierdas ganaron en el 36: las mujeres votaron en ambas elecciones. Pero Clara Campoamor sirvió de chivo expiatorio. Ella, se defendió por medio de un libro: Mi pecado mortal: el voto femenino y yo publicado en junio de 1936, justo un mes antes del golpe de Estado.
Tras el golpe militar, Clara, que estaba en San Sebastián en ese momento, parte hacia Madrid, donde también se siente amenazada, y marcha a Alicante, para embarcar hacia Génova y llegar a Suiza. Durante la travesía algunos falangistas intentaron secuestrarla. En Ginebra se instala en casa de Antoinette Quinche, y escribe una obra fascinante en que manifiesta su repulsión por las violencias cometidas en Madrid en nombre de la Revolución: La revolución española vista por una republicana que publicó en francés. En esa obra Clara no sólo se muestra como siempre lo fue, liberal e independiente, sino que proporciona el primer análisis histórico de la Revolución española y de la Guerra Civil.
Cuando en 1951 quiso volver a España, Clara se encontró otro problema: era masona, iniciada en la logia de adopción Reivindicación, dependiente de la Logia Concordet, del Gran Oriente Español, en Madrid, junto a María P. Salmerón,Mercedes Hidalgo, Isabel Martínez de Albacete, Consuelo Berges, Esmeralda Castells, Matilde Muñoz, y Rosalia Goy Busquets. La policía franquista propuso, al igual que con otros masones elegir entre dar los nombres de los masones que conocía, o pasar 12 años en la cárcel. Dijo que ser masona era un delito legalísimo cuando ingresó en la masonería. Eligió, otra vez, el ostracismo, el destierro y el olvido.
El exilio la llevó en distintas ocasiones a permanecer en Francia, Argentina y Suiza, En 1955 se instala en Laussene, donde trabaja en el bufete de Antoinette Quinche, su amiga y traductora, ejerciendo la abogacía hasta que se quedó ciega, y allí murió de cáncer en abril de 1972, a la edad de 84 años. Sus restos yacen en el cementerio de Polloe, en San Sebastián, donde se encontraba cuando se proclamó la República.