PARTE II: UNA NUEVA EVA
Simon de Beauvoir piensa a la mujer en la primera parte de su obra, subtitulada “Hechos y Mitos”, exponiendo la evolución de las mujeres desde las etapas prehistóricas a la actualidad y cómo el poder masculino había procurado siempre mantener un orden social inmutable, que jamás cuestionaba sus privilegios. Aunque su particular visión es eurocéntrica y naturalmente apegada al caso francés, lo más relevante quizás sea la construcción de su relato a partir de la consecución de los hechos que muestran la configuración y permanencia del orden patriarcal.
En la segunda parte del libro hace un profundo análisis de las etapas de la vida de la mujer como la infancia, la juventud y el análisis al prototipo de la lesbiana, las diferentes situaciones de madre o prostituta, entre otras, sin olvidar los modelos femeninos, de la narcisista a la mística. Su pensamiento ayuda a comprender cómo han sido “imaginadas” las mujeres, y cómo este imaginario ha estado influído por los discursos biológicos, psicológicos o literarios. Ella incorpora dos conceptos: “la mujer” y “lo femenino”. Percibe que no era la inferioridad femenina la que había determinado la insignificancia histórica de las mujeres, sino que, al contrario, su “insignificancia histórica” había servido para determinar su inferioridad en la sociedad.
Otro ejemplo es su conclusión sobre la guerra y la define como la actividad masculina condicionante de la estructura social patriarcal y señala: “la peor maldición que pesa sobre la mujer es estar excluida de estas expediciones guerreras, si el hombre se eleva por encima del animal, no es dando la vida, sino arriesgándola; por esta razón, en la humanidad la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata”. También lamenta que la acción de las mujeres se ha quedado en la agitación simbólica, y lo que han obtenido es aquello que los hombres les han querido conceder; no han tomado nada, han recibido. Viven dispersas entre los hombres, sujetas por el medio ambiente, el trabajo, los intereses económicos o la condición social, a ciertos hombres –padre o marido- más estrechamente que a las otras mujeres. En este contexto, como mujeres masonas nuestro objetivo es ser “obreras de paz”, albañiles de relaciones colaborativas y no competitivas y hemos roto este paradigma al agruparnos y trabajar articulando redes de apoyo con objetivos claros y propios, más allá de cualquier agitación simbólica, nuestro trabajo es discreto, pero concreto y continuo.
Beauvoir analiza también económicamente: los hombres y las mujeres constituyen casi dos castas. Y es que la primera vocación de la mujer será siempre la de agradar, dice Beauvoir, de allí su constructivismo para señalar que la educación importa, por supuesto, pero que una educación basada en el cuidado y la empatía no debía centrarse únicamente en las niñas, sino que podría ser provechosa para hacer un mundo mejor si se extendiera a todos los seres humanos, sin distinción. Cuando Simone de Beauvoir dijo que “la mujer, como el hombre, es su cuerpo” iba más allá de la separación cartesiana entre un sujeto que “piensa, luego existe” porque identifica la estrecha dependencia entre nuestro cuerpo y nuestra mente, mientras “el hombre percibe su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo (...), la mujer tiene ovarios”. Desde la más tierna infancia, la mujer experimenta su cuerpo como una cosa que tiene que cuidar y proteger.
Su frase “Lo personal es político” simplemente quiere decir que cualquier práctica social es un tema adecuado para la reflexión, discusión y expresión públicas. Por ejemplo solo dos de cada 10 varones comparten las tareas domésticas con sus parejas, según reveló una encuesta del CIS en 2017. El problema es que esa división política que relegó a las mujeres a un ámbito doméstico, como si fuera su espacio natural, también promovió su invisibilidad como sujetos políticos.
La mujer que describe Beauvoir en la primera mitad del siglo XX ya mutó a otra realidad, porque la sociedad no es la misma y en parte eso ocurre por la propia acción de las mujeres. Hoy las mujeres podemos asumir la función de madres y de profesionales, sin por ello sacrificar el rédito económico, oportunidad que quizás nuestras abuelas no disfrutaron. Por otra parte, claramente vivimos en sociedades transitando a nuevos modelos de convivencia social, más paritaria, conscientes del medio ambiente y de su cultura originaria. Rasgos que como masonas compartimos, valoramos y fomentamos.
Beauvoir investiga en la Historia la existencia y condición del segundo sexo: ¿sería posible plantear una propuesta distinta diseñando a la mujer del futuro en el presente? ¿Podríamos pensar la creación de la Mujer, ya no de la costilla de Adán, sino de la mente de otras mujeres? Una nueva Eva. Así como las mujeres de la Historia fueron el producto de un constructo social. Es posible que pensemos a la mujer de la próxima generación. La que también sea formada en un constructo social distinto, no de luchas de sexo, sino en un espacio de libertades y respeto al mismo género, para “recrearla” y hacerla mujer. Una mujer que cumpla con cánones existenciales como los que reclama el feminismo, sin abandonar su esencia para la que fue concebida por el Universo, que a nuestro juicio es amar profundamente al prójimo, al mundo. Lograr definirnos a nosotras mismas sin pensarnos como el "otro" será el producto del cambio de paradigma. Para aquello, ya hemos dicho que la educación será una herramienta potente puesta a disposición de enseñar contenidos intelectuales, pero también para dar espacio a educar las emociones para que puedan expresarse y canalizarlas con respeto al otro. Estamos llamadas a pensar en una mujer que no solo es capaz de gestar la vida en su matriz, sino que es capaz de ser matriz de ideas nuevas, de ordenes más justos, de soluciones más sensatas e integradas, con proyectos amigables con el planeta, confiable y coherente. Al observar a niñas que se visualizan a sí mismas como científicas o se proyectan como lideresas de una organización e incluso como jefas de gobierno, sentimos que la sociedad va por buen camino. Cuando las familias jóvenes comparten las tareas domésticas y son corresponsables en una crianza común, se puede tener la esperanza de que vendrá una nueva generación cada vez más igualitaria, en cuyo caso la filosofía feminista habrá logrado su función de producir un nuevo acuerdo social de relaciones más horizontales y cooperativas entre hombres y mujeres.
La coexistencia entre hombres y mujeres es como el mosaico de nuestro templo conformando ese “otro”, en contraposición con ese “uno” distinto, que además construye el cimiento donde transita todo lo demás. Estar aquí reunidas, trabajando en conjunto, para pulir nuestra piedra bruta a lo que voluntariamente nos comprometimos, haciendo uso de la libertad de nuestras conciencias, es una prueba de que aquella lucha por la igualdad tuvo efectos. No es casual que hayamos elegido trabajar en una logia femenina y que por esta misma razón pesa sobre nuestros hombros una doble responsabilidad ante la sociedad que estamos construyendo, como mujeres herederas de ese legado y como masonas constructoras de paz y de mejores realidades para la humanidad.