Theophrastus Bombast Von Hohenheim, nació en 1493. Su padre, también médico, fue su primer maestro. Tuvo desde siempre un espíritu crítico y una gran pasión por la investigación, lo que lo condujo a cuestionar de forma severa cómo se practicaba la medicina de la época. De esta oposición nace su nombre: él decidió llamarse a sí mismo Paracelso en franca oposición a Celso, quien, junto a Galeno y Avicena, lideraba la forma en la que se concebía y practicaba la medicina de la época.
Su visión integral de la salud y del ser humano es lo que hoy podemos rescatar a través de las llamadas reglas de oro:
- Lo primero es mejorar la salud
Para ello es indispensable la respiración costo diafragmática. Inspirar llenando el abdomen y expandiendo las costillas y espirar oprimiéndolo, tal como lo hacen los bebes recién nacidos. Hacer esto a diario de ser posible en un entorno natural, o por lo menos con las ventanas abiertas. Beber agua a pequeños sorbos hasta al menos dos litros. Comer muchas frutas. Masticar cada bocado hasta su completa trituración. Evitar el alcohol, el tabaco y solo consumir los medicamentos que de forma indispensable requerimos en cada momento de nuestra vida. Hace especial mención al baño diario, como algo que le debemos a nuestra propia dignidad.
- Desterrar de nuestro estado de ánimo la tristeza, ira, pesimismo o pobreza
Esta segunda regla se hace interesante porque alude con especial atención a nuestras compañías y nos impele a alejarnos de personas maledicentes, de aquellos que siempre tienen algo negativo que decir de otras personas o situaciones, sin descanso. Y aquí nos abre una ventana: afirma que la suerte no existe, el destino depende de nuestros actos y pensamientos. Habla de cambiar la “contextura” espiritual del alma. Parece ser que para él la palabra es creadora de realidades y al estar inmersas en estas realidades nos transformamos.
- Hacer todo el bien posible
Con la misma firmeza que nos insta a auxiliar a toda persona que lo requiera, nos insta a cuidar la propia energía y a no caer en sentimentalismo vanos. Una vez más una balanza difícil de calibrar. El aprendizaje de una vida y, de seguro, la graduación de esa balanza en cada persona será distinta.
- Olvidar toda ofensa y esforzarse por pensar bien siempre
Muy lejos de aquella expresión que reza: “piensa mal y acertarás”. Nos habla de encontrar esa suave voz que guía en nuestro interior de manera asertiva. ¿Se referirá acaso a ese buen daimón del que nos habló Sócrates? Nos invita a destruir capas de viejos hábitos, pensamientos y errores, para acercarnos a una esencia que es perfecta.
- Recogerse cada día, por lo menos media hora, donde nadie te puede perturbar
Encontrar el silencio interior para hallar la “propia” voz. De esos instantes, nos dice; suelen cosecharse grandes ideas o resoluciones que se vuelven definitorias de nuestra existencia.
- Guardar silencio de todos los asuntos personales
Se refiere con gravedad acerca de no comentar, como si se hubiera hecho un juramento solemne, de referir a otras personas pensamientos, ideas o descubrimientos que aún tengamos en proceso, hasta su completa comprobación.
- Jamás temer a los seres humanos ni que inspire sobresalto la palabra mañana
El miedo, como la gran trampa a superar, desalojar la incertidumbre incluso de nuestras propias células. Confiar e ir más allá de la queja, dejar esta atrás y acercarnos a la acción cuando sea pertinente y a la aceptación, que encontrar la balanza y su equilibrio sea un trabajo de cada día.
Son atemporales estas reglas de oro, como atemporales son algunas grandes personalidades de nuestro mundo.