PARTE I: UNA PENSADORA APASIONADA
MUJERES DE LA GENERACIÓN DEL 27
“¿Por qué escribo, me preguntas? Escribir es revelar secretos. Se escribe aquello que no puede decirse porque alude demasiado a la verdad y las grandes verdades no suelen decirse hablando”.
María Zambrano nació en Vélez Málaga el 22 de abril de 1904. A los pocos meses su familia se trasladó a Madrid y a los seis años sus padres fueron destinados como profesores a Segovia, ciudad en la que se instaló toda la familia. María comenzó su trayectoria vital y filosófica en esta ciudad entrañable para ella, en donde aprendió a mirar el mundo y a bosquejar su peculiar pensamiento en el que aúna filosofía, poesía y mística.
Al asomarse por primera vez a la vida y obra de María Zambrano, asombra especialmente que una pensadora como ella, tan aparentemente ensimismada en las “alturas” de la metafísica y de la mística, fuera una persona tan comprometida con su tiempo. Vivió siempre luchando contra las injusticias, sobre todo contra la minusvaloración y la desigualdad de las mujeres.
En sus años de juventud, en la vida política activa, luchó contra la dictadura de Primo de Rivera y a favor del advenimiento de la II República y fue diputada en el parlamento. Después fue progresivamente desvinculándose de la militancia política directa y centrándose más en su compromiso vital e intelectual escribiendo ensayos filosóficos, dando innumerables conferencias, impartiendo cursos en diversas universidades y manteniendo contactos con los intelectuales y artistas más importantes de su época.
En 1926 se instaló en Madrid para terminar sus estudios de Filosofía en la Universidad Central. Allí se lanzó al espacio público y al compromiso social y fue entablando relación con las figuras más relevantes del pensamiento español (Ortega, Zubiri, Besteiro, García Morente, Unamuno) y de la cultura del momento (Edad de Plata). Muchas de sus amistades pertenecían a la “Generación del 27”, o a las Vanguardias Artísticas o al incipiente movimiento feminista de principios del siglo XX, que en España comenzaba a dibujar el modelo de mujer moderna. Trabajó en el Instituto Escuela, participó en la Residencia de Señoritas y en las Misiones Pedagógicas.
A los pocos meses de estallar la Guerra Civil, se casó con Alfonso Rodríguez Aldave y la pareja marchó a Santiago de Chile donde él había sido destinado como secretario de la Embajada española. Angustiados por los acontecimientos bélicos de la Guerra Civil, decidieron volver a España. Él se alistó en el ejército republicano y María se instaló en Valencia con su familia.
Ante el avance de las tropas franquistas, en 1938, se trasladó con su familia a Barcelona y con la derrota final comenzó su largo exilio. Primero en Francia, donde consiguió reunirse con su marido, y después en México y Cuba. En 1946 acude a Paris para visitar a su madre ya muy enferma, pero llega tarde, dos días después de su muerte. Se encontró a su hermana Araceli destrozada no sólo por la muerte de la madre sino también por las terribles torturas a las que había sido sometida por la Gestapo.
A partir de entonces María y Araceli vivieron siempre juntas (Paris, México, Cuba, Roma y La Piece en Francia). En este último destino de su exilio, en una pequeña casa junto al bosque del pueblo francés de La Piece, cerca de Ginebra, se instalaron en 1964. Allí murió Araceli en 1972 y allí permaneció María hasta su vuelta a España en 1984. Desde la muerte de su hermana su sentimiento de soledad, abandono y desesperanza se vuelve cada vez más intenso. Su apasionada manera de vivir y sufrir el exilio marca no sólo una gran parte de su vida sino también de su obra, como se refleja en su ensayo “Claros del bosque”.
Para María Zambrano el exiliado “revela sin saber” como el místico. Para ella el exilio representó una experiencia compleja que no se agota en lo biográfico y que contiene una dimensión metafísica, mística, poética. El exilio representa la condición humana en el mundo, del no-lugar del exiliado deviene el espacio de la revelación del ser. Con obras como “Claros del bosque” pretende construir un pensamiento arraigado en la intuición y en palabras que más que nombrar directamente aluden, prescindiendo del discurso lógico y argumentativo. Comienza, pues, a desplegar en este ensayo su “razón poética” para mostrar que la manera de superar la condición de exiliado del ser humano exige un retorno a la unidad primera para volver a la fuente sagrada de la vida que nos permite religarnos al mundo. La razón poética es el camino para lograrlo.
Cuando por fin regresa a Madrid en 1984 es una mujer mayor, enferma y desconocida para la mayoría de los españoles. Olvidada y despreciada por los franquistas, empieza a ser reconocida en la España democrática recibiendo muchos homenajes e importantes premios. Probablemente es la filósofa española más relevante.