MUJERES DE LA GENERACIÓN DEL 27
Nació en Logroño en el seno de una familia de militares el 31 de Octubre de 1903. Debido a los diferentes destinos de su padre, durante su infancia vivió además de en Logroño, en Madrid, en Burgos y durante menos tiempo, en Barcelona.
En Madrid estudió hasta los 14 años en el colegio Sagrado Corazón de Leganitos, de donde fue expulsada por leer a autores como Alejandro Dumas y Víctor Hugo y porque “se empeñaba en hacer el bachillerato”. María Goyri, tía de su madre y una de las primeras mujeres en estudiar en la universidad, su esposo Ramón Menéndez Pidal y la hija de ambos, Jimena, influyeron de manera notable en la vocación literaria de la niña María Teresa en su etapa madrileña.
Tras su expulsión del colegio, la familia se traslada a Burgos para posteriormente volver a casa de sus tíos María Goyri y Ramón Menéndez Pidal en Madrid. Allí conoce a Rafael Alberti en 1929 en una lectura privada de una obra de teatro de éste, “Santa Casilda”.
Obtiene una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para conocer y estudiar el movimiento teatral europeo y, para ello, viaja con Rafael a Dinamarca, Noruega, Berlín y la URSS. A la vuelta, se casan en 1933, se afilian al PCE y fundan la revista “Octubre”. Cuando se dirigen al Primer Congreso de Escritores Soviéticos en Moscú en 1934, tiene lugar la Revolución de Asturias, con la que se comprometen recorriendo USA e Hispanoamérica para recaudar fondos para los represaliados.
Aun perteneciendo a una familia de la alta burguesía, se comprometió intensamente con la causa de los desfavorecidos, apoyó la República y estuvo muy cercana al PCE. Ejemplos de estos compromisos fueron su participación en la Alianza de intelectuales Antifascistas de la que fue secretaria, la fundación de las Guerrillas del Teatro que trataban de hacer llegar a toda la población un teatro de calidad y su papel en la evacuación de las obras del Museo del Prado.
Al final de la Guerra Civil la joven pareja sale de España y se instalan en París. El avance de los nazis hace que decidan marchar a Argentina, donde nace su hija Aitana en 1941. En el año 1963 abandonan Argentina huyendo de la situación política y se instalan en Roma donde permanecen 14 años. Regresan a España Alberti y Mª Teresa en abril de 1977, aunque ella, debido a la enfermedad de Alzheimer que padecía, no tuvo conciencia de estar de nuevo en su país al que tanto había añorado.
En la etapa en la que reside en Burgos comienza su labor literaria con “Cuentos para soñar” y “La bella del mal amor”. También emprende la escritura de artículos en un periódico con temática cultural y sobre las mujeres bajo el pseudónimo Isabel Inghirami. Nos cuenta en sus memorias: “Cuando aquella muchacha escribió su primer artículo, lo firmó Isabel Inghirami. No se atrevió a poner su nombre. Mejor que tomasen a la autora por una de las estudiantes de los cursos de verano del Instituto de Burgos”.
Su actividad literaria va del cuento a la biografía novelada, la novela, el teatro, los ensayos, los programas radiofónicos y el género memorialístico, al que pertenece la que se considera la mejor de sus obras: “Memoria de la melancolía”, escrita durante el exilio de Roma, cuando la autora tenía 67 años. Por su título, esta obra puede parecer un libro de memorias, pero no es sólo eso. Es también un magnífico y poético documento sobre los acontecimientos históricos de la II República española, de la Guerra Civil y del exilio posterior.
En la lectura de esta obra se aprecia que María Teresa fue durante toda su vida una mujer que luchó por realizar su vocación literaria y que escribió aún en los momentos más difíciles de su vida. En estas memorias uno de sus referentes primeros fue su prima Jimena: “Y estaba Jimena. Jimena era la síntesis de lo que un ser humano puede conseguir de su envoltura carnal. Algo mayor que yo, saliendo sola, yendo sin acompañante al colegio, que no se llamaba colegio sino Institución Libre, colegio laico sin monjas reticentes que dan la señal de levantarse o sentarse todas al unísono…Comprendí que los pasos de Jimena y los míos eran divergentes. Ella no iba a misa y yo, sí.” Y más adelante, también en la “Memoria” dice: “Dentro de mi juventud se han quedado algunos nombres de mujer: María de Maeztu, María Goyri, María Martínez Sierra, María Baeza, Zenobia Camprubí… y hasta una delgadísima pavesa inteligente, sentada en su salón: Doña Blanca de los Ríos. Y otra veterana de la novelística: Concha Espina. Y más a lo lejos, casi fundida en los primeros recuerdos, el ancho rostro de vivaces ojillos arrugados de la condesa de Pardo Bazán…¡Mujeres de España!”.
Estas memorias llaman la atención por el estilo aparentemente desordenado de su hilo narrativo: pasan de la niñez al presente narrativo y de ese presente a momentos destacados de la Guerra Civil y del exilio posterior. Sin embargo, esta forma narrativa asegura un tono actualizado del relato, parece que durante su lectura estamos en un presente continuo. Y esto no es una cuestión de azar. Como ella misma afirma: “no sé quién solía decir en mi casa: hay que tener recuerdos. Vivir no es tan importante como recordar. Lo espantoso era no tener nada que recordar, dejando tras de sí una cinta sin señales”.
En este sentido, a partir de 1939 casi toda la literatura de María Teresa va dirigida a preservar del olvido la cultura de la sociedad republicana española que ella vivió y a la que contribuyó activamente y también a resaltar la importancia del hacer literario de las mujeres.
En la “Memoria” menciona a muchas personas conocidas por su participación activa en los acontecimientos de la época pero también a personajes anónimos. Para ejemplificar este aspecto destacamos los obituarios de Ignacio Hidalgo de Cisneros, general de aviación fiel a la República y afiliado al partido (PCE) fallecido en Rumanía en 1966 y el de un adolescente, el Manías, repartidor de “Mundo Obrero”, muerto muy al principio de la guerra en el Cuartel de la Montaña, sobre el que escribió el cuento “el Barco”. En él relata el viaje de un niño que cruzó España para ver el primer barco soviético y cuando llegó “solamente quedaba en el horizonte una raya de humo…”.
Resulta particularmente perturbador el desasosiego que la invade cuando recibe en su casa a jóvenes españoles que vienen buscando testimonios de la juventud de la autora, y que desgranan un relato oscuro y desesperanzado de España, mientras que ella busca en sus ojos y en sus miradas, el testimonio intangible de un país ya inexistente. En estas partes de la “Memoria” se manifiesta ante nuestros ojos lectores el cisma generacional, pero también se manifiesta el paso del tiempo, el efecto devastador de las noticias de las muertes de amigos y conocidos: “¿Cuántas tumbas hemos ido dejando por el mundo en estos casi treinta años de vida desterrada que vivimos los españoles?”.
Para concluir: alguien dijo que “recordar es vivir dos veces” para lo bueno y lo malo. Quien no tiene memoria, ni recuerdos, ni mira al pasado, está destinado a ser humo en el viento. Tal vez ese sea el destino de la mayoría de nosotras. Sin embargo, no será así para María Teresa León Goyri, escritora destacada de la Generación del 27, olvidada por la desmemoria de la ingratitud durante un tiempo limitado. ¡Vaya por ella este pequeño testimonio que se suma a los ya numerosos actos de instituciones políticas y culturales!