Primera Parte: Su significado
En la cultura masónica la importancia de la metáfora constructiva está muy asentada pues se basa en la voluntad de construir, trabajar y vivir de una determinada manera, es decir, vivir con sabiduría.
Desde el principio se nos incita a convertirnos en constructoras, a abandonar la pasividad acomodaticia para aventurarnos en la tarea de conocer, cuestionar, dudar, investigar, elaborar nuestro edificio, nuestro templo, nuestra obra de arte.
Generalmente se conciben las metáforas como un recurso estilístico y poético. Sin embargo, siendo esencial este uso, no se limitan al lenguaje literario, también aparecen en el lenguaje común y cotidiano. Además, son un recurso cognitivo que nos permite aprender cosas nuevas, percibir desde un enfoque distinto lo que conocíamos anteriormente, nombrar lo nuevo que vamos conociendo del mundo y, en general, facilita tanto en las ciencias como en las artes los procesos de comprensión. Es, pues, la metáfora una habilidad cognitiva inherente al proceso de aprendizaje de gran importancia y eficacia y que conforma las habilidades mentales humanas. Cuando decimos que la metáfora es una herramienta cognitiva estamos utilizando una metáfora en la que relacionamos las herramientas en una doble acepción: para hacer cosas y para construir pensamientos.
Venimos a construir más conciencia, más sabiduría y una sólida voluntad de hacer el bien, y esta finalidad se sustenta en la concepción del ser humano como un ser en construcción, es decir, como un ser que se hace a sí mismo. Esa transformación se produce desde dentro hacia fuera y opera sobre un ser vivo que no nace determinado, puesto que si así fuese no habría nada que construir sino un destino predeterminado a cumplir o una vida animal e instintiva a seguir.
La metáfora de la construcción en la masonería supone una concepción del ser humano y del mundo no determinista, una concepción de homo faber no sólo capaz de hacer cosas, instrumentos y acciones sino también de ser consciente de sí mismo y de lo que hace, lo cual sitúa al ser humano ante la dimensión que le es más propia: la de la libertad y la responsabilidad, en definitiva, ante su ser ético.
Por lo tanto, la construcción masónica es la tarea de la persona que comprende su compromiso moral consigo misma, con los demás y con el medio que habita. Partimos de nuestra realidad interior a transformar adentrándonos a través de la introspección en ese interior a reconstruir con el cemento de la reflexión y con las piedras de los valores masónicos. La acción constructiva ha de hacerse de dentro hacia fuera puesto que se trata de una actividad de interiorización, de elaboración autónoma de los valores y las normas que nos constituyen.
Y esa tarea, siendo personal e intransferible, se realiza en el seno de una logia masónica en la que construimos entre todas un espacio de reflexión ética en el que ir más allá de lo aparente y de lo dado. Un espacio de comunicación, de intercambio, de aprendizajes mutuos, de compartir ideas, valores y sentimientos, y de construir fraternidad. Porque como ya puso de manifiesto Fichte, la tarea es demasiado ardua como para afrontarla en solitario. Además, como toda tarea práctica, exige experiencia compartida para alcanzar la pericia y la excelencia.
Así, en las logias aprendemos por inmersión, participando en los distintos trabajos en los que nos involucramos a modo de experiencia vital en la que movilizamos todas nuestras habilidades como seres humanos desde las más racionales e intelectuales hasta las más afectivas e intuitivas pasando por las imaginativas y creativas.