Ernestina de Champourcín

marzo 29, 2021

Mujeres del 27

Nació en Vitoria el 10 de julio de 1905, en una familia noble de origen francés, católica y muy tradicionalista, que le proporcionó una esmerada educación. Siendo niña, la familia se trasladó a Madrid, ciudad en la que Ernestina permaneció hasta su exilio con motivo de la Guerra Civil.

Sus padres dieron libre acceso a Ernestina y sus hermanos a la gran biblioteca familiar donde su amor por la lectura la llevó a conocer a escritores románticos franceses como Víctor Hugo, Lamartine, Musset o Vigny, así como a los místicos castellanos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Posteriormente evolucionará hacia lecturas de autores simbolistas como Baudelaire o Mallarmé. También leyó a Valle-Inclán, Rubén Darío, Concha Espina… Pero sobre todo a Juan Ramón Jiménez, al que ella siempre consideró su maestro y mentor.

Asimismo, empieza a interesarse por la poesía femenina, en particular por las poetas hispanoamericanas, dando a conocer en España a escritoras como Juana Ibarbourou, Gabriela Mistral o Delmira Agustini entre otras, ya que escribió crítica literaria de una gran calidad en distintos periódicos de la época, sobre todo en el “Heraldo de Madrid” y “La Época”.

De esta forma, y gracias a su gran intuición literaria, dio a conocer también a bastantes jóvenes escritores del entorno del 27, reseñando muchas de sus obras.

Durante la Guerra Civil tuvo que huir a Francia con su marido, el escritor y crítico literario Juan José Domenchina, ya que fue secretario político de Azaña. En 1939 fueron acogidos en México, en donde, por necesidades económicas, Ernestina interrumpió durante años su labor creativa, teniendo que trabajar como traductora para el Fondo de Cultura Económica y de intérprete para la Asociación de Personal Técnico de Conferencias Internacionales.

En 1972 regresa a España y muere en Madrid el 27 de marzo de 1999.

Se puede dividir su obra poética en tres etapas:

  • La primera la forman los libros publicados antes de la Guerra Civil, por los que se la encuadra en la Generación del 27, en donde la autora evoluciona desde el Modernismo a una poesía pura muy próxima a la de Juan Ramón Jiménez. A este periodo corresponden las obras “En silencio”, “Ahora”, “La voz en el viento” y “Cántico inútil”.
  • La segunda, durante el exilio en México, donde se adaptó plenamente a la vida en el país, se inicia con “Presencia a oscuras”, obra en la que muestra una profunda inquietud religiosa. Otras obras de este periodo son “Cárcel de los sentidos”, “El nombre que me diste”, “Hai-kais espirituales” y “Cartas cerradas”.
  • Por último, la tercera etapa se inicia a su vuelta del exilio mexicano. En ella su poesía se llena de la evocación de tiempos y lugares pasados, a través de una poesía intimista. Ernestina comienza en esta etapa un segundo exilio, esta vez interior, que se produce por sus dificultades de adaptación a un Madrid distinto al que conoció: inhóspito, de bajo nivel cultural, con un régimen político que no compartía, pues siempre se sintió republicana. Se abre esta etapa con “Poemas del ser y del estar”. Otras obras serán: “Primer exilio”, “La pared transparente”, “Huyeron todas las islas”, “Los encuentros frustrados”, “Del vacío y sus dones” y “Presencia del pasado”.

La gran calidad de la obra poética de Ernestina hizo que, en la segunda edición de la antología “Poesía española” que Gerardo Diego publicó en 1934, fuera incluida junto con Josefina de la Torre, siendo las únicas mujeres que encontraron cabida en ella.

Para Emilio Lamo de Espinosa, Catedrático de Sociología en la Universidad Complutense y sobrino de Ernestina, el intimismo de su obra y el creciente peso de la poesía religiosa en ella, hizo que quedara en el olvido su gran labor social, su compromiso a la causa republicana y sus actividades en pro del reconocimiento de los derechos de las mujeres a ser tratadas igual que sus compañeros hombres.

Su activismo le llevó a colaborar desde 1926 en el Lyceum Club Femenino, primera asociación femenina española cuyo fin era, según sus estatutos, “defender los intereses morales y materiales de la mujer”. Posteriormente en su etapa mexicana promovió actividades culturales y formativas entre las mujeres indígenas.

Su reconocimiento en España no se produjo hasta 1989 en que se le concedió el Premio Euskadi de Literatura en castellano en su modalidad de Poesía. A este galardón le siguió en 1991 el Premio Mujeres Progresistas. Fue nominada al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992 y en 1997 se le otorgó la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid.

Nos gustaría compartir dos de los poemas de su libro “Primer exilio”. “Madrid” se encuadra en la primera parte de esta obra, en la que Ernestina recuerda emociones y momentos vividos durante las distintas etapas que marcaron su huida de España en 1936. En él refleja sensaciones que plasman el miedo y la tristeza vividos hasta llegar a México donde el color, la luz y la vida prometen un futuro esperanzador, como vemos en el poema “Mercado”.

(MADRID)

La noche se desgarra

a golpes de culata.

Extrañeza de pasos irreales.

Ciudad en vela.

O tal vez es el campo

y un moscardón se obstina

contra vidrios herméticos.

Pero el campo no existe.

Hay una fuerza oculta

empeñada en destruir

lo armonioso y lo puro.

Que nadie abra las puertas

ni las cierre tampoco.

Un gesto puede ser

fatal e irrevocable.

¡Que nadie haga nada!

¡Que nada haga nadie!

(MERCADO)

Las piñas, los chayotes,

los mangos, los mameyes

enseñando un rubí

de pulpa azucarada…

Tantos sabores nuevos,

tanto color, trallazo

que nos hiere los ojos.

Y venimos de un largo

peregrinar sin risas

entre adustos rimeros

de ceños imborrables.

Pocas manos se atreven

a tocar el secreto

de la fruta ofrecida.

Pero todo está allí

para nosotros solos

y hay un niño que al fin

se acerca a la pirámide

dorada de los plátanos.

Un hambre vergonzosa

huye hacia el mar vencida

por un mundo que empieza.

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