Vacío: halcón, cráneo que el alma rechaza con premura. Puño gigante que sacude el corazón. Arca de tósigos. Haza desierta. Pala que se hunde en el alma y destruye el aleteo de un pato y la figura de un duende. Campo estéril, para la muerte. Al pozo de la nada, a la inmovilidad de los esqueletos. Espectro que no vacila. Fetiche maligno. No más tus dijes en la imaginación, no más tus rodillas en la hora plena; el alma es un pez inconquistable.
“La gruta venidera” (1953) Elizabeth Schön
Elizabeth Schön (1921-2007) e Ida Gramcko (1924-1994) no solo nos obsequian una obra literaria amplia, diversa, cargada de significado, sino también nos permiten ser testigos de una alianza fraternal, real y tangible. Ida se sorprende un día, mientras visita a Elizabeth, al descubrir unos cuadernillos y, leyendo unas líneas que había escrito sobre la selva, le dice: “¡esto es un poema!”. Porque hasta ese momento, el acto de escribir era para ella algo natural, necesitaba plasmar en el papel lo que bullía en su interior. Elizabeth nos dice: “la escritura empezó a ser para mí como una revelación”.
Para Ida, sin embargo, el inicio fue mucho más precoz. Creció rodeada de libros. Con unos tres años llamaba a su madre para decirle: “debo dictarte una cosa que tengo grabada aquí arriba en mi cabeza”. Así se inició esta artista de la palabra. Ida vivió para escribir. Al publicar sus primeros poemas con 13 años, obtuvo el primero de innumerables premios. Bebió de los poetas del Siglo de Oro español. En Venezuela, intelectuales, artistas, científicos, se mantienen siempre con la mirada abierta hacia el mundo, en su propia región, América Latina sí, pero con especial énfasis en Estados Unidos y Europa.
Aunque Elizabeth nace en Caracas, pasa algunos años de su temprana juventud en Puerto Cabello. Allí conoce a las hermanas Gramcko e inicia una entrañable amistad con Ida que dura toda la vida, hasta que fallece tempranamente con 60 años.
La obra literaria de ambas abarca la poesía, la narrativa, el ensayo y la dramaturgia. Fueron sin lugar a dudas escritoras totales. Schön escribe una novela lírica: “El Abuelo, la cesta y el mar” prologada por Ida Gramcko (1965) que inicia así:
“Yo diría que los niños necesitamos, como los barcos, de un muelle muy amplio y de unas aguas muy quietas y transparentes”.
En cuyo prólogo Gramcko escribe:
“Elizabeth Schön es ahora una poeta con su interior sabiduría, ya capaz de anarquías emocionales, abundantes en tantos hacedores de versos. Creo que ella ha aprendido sufriendo, transitando en el dolor; lo que significa esta vocación que no es solo de pluma sino de vida, que no es solo de páginas sino de existencia.”
Ida fue la primera mujer venezolana reportera de periodismo policial y cronista para el diario El Nacional. Solo contaba con 19 años y no había concluido sus estudios de Bachillerato. Así comienza su carrera como periodista, que ejerció durante cincuenta años. Fue considerada una niña prodigio y también una autodidacta. Pasó gran parte de su vida estudiando, se licenció en Filosofía con cuarenta años. En 1959 comienza a padecer problemas psíquicos y luego de atravesar el infierno que supone una enfermedad mental, escribe “Poemas de una Psicótica” (1964). Hacia el final del libro nos dice:
“Las aguas se hacen claras.
Al fondo, lentamente, las piedrecillas
hallan al fin sitio. I encima de las aguas,
flota una flor entreabierta: la conciencia.”
A finales de los años 50 y durante los años 60 y 70 la poesía se hace teatro y ambas desarrollan una obra dramatúrgica, que el caso de Schön roza el absurdo en obras como “Melisa y el Yo” (1961) o “Al Unísono” (1971). Es la incomunicación entre personas y entre las personas y su entorno, lo que la obsesiona; la carga simbólica en todo su trabajo es sobrecogedora. En su obra dramática más que mujeres individuales, nos encontramos, como bien se ha apuntado en diversos artículos y ensayos, con símbolos universales de lo femenino.
Ida Gramcko en “La Rubiera” (1956) nos revela su hondo conocimiento de la historia venezolana, profundizando desde una perspectiva crítica, en lo social y lo filosófico:
“ANDREA- Enterrarán a una mujer y a un hombre, pero quién es capaz de decir: ¿He aquí a una mujer y a un hombre? Ni tú, ni yo ni nadie. Enterrarán a una pareja negra, con un caballo y una yegua negros con un toro y una vaca negros. Eso no será nada nuevo. ¡Nada monstruoso nunca! (...) A veces me pregunto ¿Quién soy yo? y no me encuentro por ninguna parte. Por ningún lado humano, hay algo que me diga: aquí estás.”
Así estas dos grandes venezolanas, ambas Premio Nacional de Literatura, tejieron una fértil obra que va de lo íntimo a lo social, de lo filosófico a lo suprasensible, siempre amparadas en la palabra poética.