Declaración de los derechos de la Mujer y de la Ciudadanía (Parte I)

junio 14, 2021

OLYMPE DE GOUGES

“…Si la mujer tiene el derecho a subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna…”, art. X de la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”

Escritora, dramaturga, abolicionista y feminista francesa, sus trabajos fueron profundamente revolucionarios. Redactó la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, que constituyó uno de los primeros documentos históricos que propone la igualdad jurídica y legal de las mujeres en relación a los hombres.

Nació como Marie Gouze en mayo de 1748 en Montauban, una ciudad al suroeste de Francia en el seno de una familia burguesa, aunque era la hija ilegítima de un noble: el Marqués de Pompignan. Contrajo matrimonio en 1765 con un hombre mucho mayor que ella, quien poco tiempo después la dejó viuda y con un hijo, Pierre Aubry.

Marie no fue feliz en su matrimonio y jamás volvió a casarse. Tras la muerte de su marido rechazó el apellido Aubry adoptando el nombre de su madre, Olympe, y el apellido Gouges, variación de su apellido de soltera Gouze. Solamente conservó su verdadero nombre para documentos notariales.

Una vez viuda, se trasladó a París con la intención de que su hijo recibiese una esmerada educación, ya que ella era consciente de que de niña no tuvo prácticamente ninguna formación excepto leer y escribir. Esto no le impidió convertirse en una escritora prolífica, firmando más de treinta obras de teatro, varias novelas y unos 60 panfletos patrióticos.

En París llevaba una vida burguesa, frecuentando los salones literarios, en donde conoció a la intelectualidad del Siglo de Oro francés. Allí se involucró activamente en la lucha contra la esclavitud y a favor de los derechos de las mujeres, siendo adalid de la igualdad entre el hombre y la mujer en todos los aspectos de la vida, tanto pública como privada. También defendió para la mujer el derecho a participar en la vida política y al voto, el acceso a los cargos públicos, el derecho a poseer y administrar propiedades, a la educación, a poder participar en el ejército, llegando incluso a pedir la igualdad de poder en el seno de la familia y en la Iglesia. Abogó por la supresión del matrimonio y la instauración del divorcio y por el reconocimiento de la paternidad de los niños nacidos fuera del matrimonio.

Estas ideas aparecen recogidas en su obra “La Declaración de los derechos de la Mujer y la Ciudadana”, escrita en 1791, con el objetivo de que fuese decretada por la Asamblea Nacional Constituyente sin conseguirlo. Supone una adaptación de la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano”, texto fundamental de la Revolución Francesa. Su autora denunciaba con esta obra que la Revolución había olvidado a las mujeres en su proyecto de igualdad y libertad.

Defendió la separación de poderes, tomando partido por los girondinos, criticando duramente la política de Robespierre y Marat. Esta postura le supuso, tras la caída de los girondinos, su detención en 1793. Reclamó sin éxito un juicio, cayendo en manos del tribunal revolucionario.

Poco antes de su muerte escribió su testamento político del que plasmamos los siguientes fragmentos:

“Lego mi corazón a la Patria, mi probidad a los hombres (la necesitan), mi alma a las mujeres, no les hago un don indiferente (…), mi desinterés a los ambiciosos, mi filosofía a los perseguidos; mi inteligencia a los fanáticos, mi religión a los ateos y todo el resto de la honesta fortuna que me queda a mi heredero natural: mi hijo, en el caso de que me sobreviva”(…)

“¡Franceses! Aquí están mis últimas palabras, escuchadme en este escrito y descended al fondo de vuestro corazón: (…)¿Quién de vosotros o yo misma quiere y sirve mejor a la patria? (…)No queréis libertad ni igualdad perfecta. La ambición os devora y este buitre que os roe y os desgarra sin descanso os lleva al colmo de todos los excesos.”

En su comparecencia ante el tribunal revolucionario pronuncia, entre otras, las siguientes palabras:

“(…) Un terrible tribunal ante el cual el crimen y hasta la inocencia tiemblan, invoco su rigor, si soy culpable; pero escuchad la verdad: una conciencia pura e imperturbable, esta es mi defensa(…) Solo he servido a mi país con el alma, desafié a los tontos, golpeé a los malvados y sacrifiqué toda mi fortuna a la Revolución. ¿Cuál es el motivo que impulsó a los hombres que me implicaron en un caso penal? El odio y la farsa…Robespierre siempre me ha parecido ambicioso, sin genio, sin alma…

(…) Ya fui juzgada antes de ser enviada al Tribunal Revolucionario por el sanedrín de Robespierre que había decidido que en días sería guillotinada…”

Efectivamente, el 3 de noviembre de 1793 murió en la guillotina. Su hijo, Pierre Aubry, renegó de ella públicamente por temor a ser detenido. Aunque ya en vida Olympe sufrió la profunda misoginia de la sociedad en que vivía, tras su muerte sus contemporáneos la relegaron, cayendo su obra en el olvido, e incluso en el desprecio.

Habrá que esperar hasta el final de la II Guerra Mundial para que la figura de Olympe de Gouges sea recuperada como una de las grandes figuras humanistas de la Francia de finales del siglo XVIII.

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