MUJERES DE LA GENERACIÓN DEL 27
Nació en Madrid en la calle de Colmenares, cerca de Cibeles, en 1898, en el seno de una familia acomodada. Era la hija mayor de once hermanos. Su nombre completo fue Concepción Josefa Pantaleona. Desde pequeña pasaba los veranos con su familia, primero en la santanderina playa de El Sardinero y luego en San Sebastián. La presencia del mar y de los barcos despertaron en ella desde la infancia un gran deseo de viajar. Sobre este punto, ella misma cuenta la siguiente anécdota (en su libro “Memorias habladas, memorias armadas” escrita por su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre): “Recuerdo la visita de un amigo de mis padres. Al presentarnos al señor, este preguntó a mis hermanos: “Pequeños, ¿qué queréis ser de mayores?” No recuerdo lo que contestarían, pero viendo que a mí no me preguntaba nada, teniendo toda la cabeza llena de sueños, me le acerqué y le dije: “Yo voy a ser capitán de barco”. “Las niñas no son nada”, me contestó mirándome. Por estas palabras le tomé un odio terrible a este señor”.
Estudió en un colegio francés hasta los 14 años ya que no le permitieron proseguir. Por sentir un gran aburrimiento, comenzó a escribir. En uno de los veranos en San Sebastián conoce a Luis Buñuel y se convierten en novios durante siete años. Por esta relación, entabla amistad con Federico García Lorca, Luis Cernuda y Alberti y, motivada por este, comienza a escribir poemas. También conoce a casi todos los demás miembros del 27, entre ellos a Maruja Mallo y a quien sería más tarde su marido y padre de su hija, el malagueño Manuel Altolaguirre. Sola, viaja a Uruguay y Argentina y más tarde a Londres con Altolaguirre. Se casan en 1932 y ambos instalan una imprenta en Madrid: “La Verónica” desarrollando una importante actividad en ese campo.
Como consecuencia de la Guerra Civil se exilian primero en La Habana, donde permanecen hasta 1943. Allí prosigue con su actividad literaria y de publicación manteniendo en esa ciudad la imprenta “La Verónica”. Luego se instalan en México y ambos esposos se separan. Fallece en 1986.
En su obra se pueden distinguir 3 etapas:
1.- Etapa juvenil, influida por Alberti, Cernuda y Lorca, que coincide con sus viajes a América antes de la Guerra Civil del 36. A esta etapa pertenecen: “Inquietudes” (1926), “Surtidor” (1928), “Canciones de mar y tierra” (1930) y “Vida a Vida” (1933), prologado por Juan Ramón Jiménez.
2.- Maternidad, pérdida de su primer hijo, Guerra Civil, salida de España hacia Inglaterra, Bélgica y Francia. Tras unos años en La Habana se instala en México. A esta etapa pertenecen “Niño y Sombras” (1936) y “Lluvias enlazadas” (1939).
3.- Última etapa, que se inicia con la ruptura de su matrimonio con Manuel Altolaguirre (1944) y su instalación definitiva en Ciudad de México hasta su muerte en 1986. Publica “Sombras y Sueños” (1944), “Vida o río” (1979) y “Entre el soñar y el vivir” (1985).
Concha Méndez publica también varias obras de teatro, pero fue ignorada tanto en su país como en el exilio. Gerardo Diego no la incluyó en su famosa Antología. Una vez en México no logra integrarse en los círculos literarios de esa ciudad. Desde 1944 hasta casi el final de su vida sólo publica dos libros de poemas y ya fallecida, en 1988, se publican sus memorias dictadas a su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre.
Quisiéramos destacar dos poemas. El primero aparece en su obra “Niños y sombras”, en donde refleja bellamente su dolor por la pérdida de su primer hijo:
“Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.”
El segundo lo podemos encontrar en el libro “Entre el soñar y el vivir”, donde resalta la conciencia de su finitud, de su cercano final y la muerte presentida, a la que le pide que se demore un poco, tal vez para terminar su obra.
“No vengas, Muerte, todavía,
que aún tengo que tejer la larga escala
que ha de subirme allá donde deseo;
debo cumplir mi dharma,
hacer, hacer, hacer las cosas que aquí debo.
Porque tengo una deuda
para conmigo misma.
Vine para algo más que para pasar como sombra.
Dentro de mí una luz quiere salir afuera.
No vengas todavía, dale tiempo a mi tiempo.”
Como testimonio personal de una de nosotras y, con ocasión de su último viaje a La Habana en 2018, descubrió que la imprenta “La Verónica” estaba en el pequeño edificio en medio de los dos mayores que se muestran en la ilustración. Le pareció un nombre muy simbólico, se corresponde con el de la mujer del Evangelio que secó el rostro a Jesús y obtuvo la impresión de su faz en el paño.