Parte 3.- Masonería y Krausismo en España
Karl Christian Friedrich Krause fue un representante menor del idealismo alemán, heredero del pensamiento de Kant y Hegel, que nació en 1781 y murió en 1832. Menos conocido en Alemania que en España - donde su sorprendente influjo cultural se ha hecho notar durante generaciones – fue también un eminente masón, como lo fueron Lessing, Fichte, Goethe o Schröder, y muchos otros alemanes insignes de la época.
La filosofía krausista propone un sistema integrado armónicamente de organización política, económica, religiosa, artística y científica. Un mundo superador de los estados nacionales y abocado a un estado universal que abarcaría toda la faz de la tierra, compuesto por individuos y asociaciones variadas y libres, donde todos los seres humanos conviven en respetuosa armonía. Esta teoría queda reflejada en su libro “El ideal de la humanidad” (1812) que Sanz del Río tradujo al español en 1860.
Quien mejor representaba precisamente su “ideal de la humanidad para la vida” era la Hermandad Masónica, una hermandad en la que estarían incluidas las mujeres y que encarnaba los ideales de libertad, fraternidad, tolerancia y armonía, es decir, humanidad; humanidad que él propugnaba como utopía suprema para el mundo.
Los incipientes intelectuales españoles de la época se apoyaron en la filosofía krausista como fundamento de un pensamiento que presentaba una alternativa humanista al catolicismo omnipresente. Si las logias de francmasones de los siglos XVIII y XIX en Europa fueron mayoritariamente un centro de cultivo y propagación social de los ideales de la Ilustración, cimentados en los escritos de Immanuel Kant, fue a través del krausismo cómo fue entrando en España la revolución filosófica postkantiana, liderando el proceso de modernización y regeneración con que se asocia, aunque con un importante retraso sobre lo ocurrido en otros países.
Es en este contexto en el que se produce el florecimiento de la masonería en España, incluyendo la masonería femenina: como parte de la búsqueda de esta gran hermandad masónica que incorporaba a todos los seres humanos, sin distinción de sexos ni clases sociales, unidos en solidaridad y libertad en la búsqueda de una gran armonía universal. Bajo esta óptica krausista podemos también comprender la proliferación de distintas logias y obediencias, diversas y al mismo tiempo hermanadas por encima de sus diferencias en un objetivo común.
Por otro lado, el krausismo se conoce en España fundamentalmente por su influencia en el ámbito de la enseñanza. Y es que para poner en marcha su proyecto social Krause propuso el camino educativo, mostrando cómo la imbricación entre filosofía y masonería se manifiesta con especial claridad en la esfera pedagógica. Krause propuso una educación armónica y universalista; una educación del ser humano en cuanto puro ser humano, donde la mujer se educa en equidad con el hombre y sin distinción de clases sociales.
Al haber quedado España desconectada en buena parte del desarrollo intelectual europeo durante el siglo XVIII y principios del XIX, la sociedad española de mediados del siglo XIX seguía siendo fundamentalmente rural, con una población en gran parte analfabeta. Y el poder de la iglesia para influir sobre estas masas campesinas, con escaso acceso a la educación, era aún muy importante. El krausismo defendía la suprema importancia de la ciencia y de la educación, y entre sus valores fundamentales estaba la separación de la enseñanza de cualquier ideología dogmática.
Con el triunfo de la revolución ‘Gloriosa’ de 1868 y el comienzo del sexenio revolucionario se restauran los derechos de libertad de enseñanza y libertad de cátedra. Desde la universidad, los krausistas dispusieron de una plataforma privilegiada para formar a la juventud estudiosa de las clases medias en una nueva cosmovisión que afectaba no sólo al orden sociopolítico, sino también al moral-religioso: la universidad. Y en torno a esta plataforma de publicidad y difusión de las ideas se libraron las principales batallas culturales del momento. Ahí floreció la primera generación de krausistas, compuesta por importantes intelectuales y profesores universitarios como Fernando de Castro, Nicolás Salmerón o Francisco de Paula Canalejas.
Algunos de estos profesores e intelectuales krausistas comenzaron a crear el proyecto de la Institución Libre de Enseñanza, que vería la luz en 1876: un organismo independiente, en el que se pudiera llevar a cabo la tarea educativa sin intromisiones de la iglesia ni el estado.
A pesar de que su fundador, Giner de los Ríos - responsable también de las Misiones Pedagógicas de la II República, – desvinculó frecuentemente a la Institución Libre de Enseñanza de la masonería, es innegable que la total asimilación del pensamiento masónico de Krause está en la base de su ideario. Y una de las innovaciones sociales más importantes de la ILE fue su propuesta a favor de la integración de la mujer en el cuerpo general de la sociedad, en igualdad de acceso a la formación cultural y en la realización profesional.
La Institución Libre de Enseñanza se convertiría en un importantísimo motor cultural en la España de finales del XIX y principios del XX. Entre las obras más importantes de su legado está la fundación de la Residencia de Estudiantes y posteriormente la Residencia de Señoritas, creada por la institucionalista María de Maeztu, y con la que colaboraría, entre otras masonas de la II República, Clara Campoamor.
En conclusión, como hemos visto, los intentos modernizadores de los S. XIX y XX estuvieron en general vinculados a corrientes masónicas y fueron a menudo referentes en su tiempo, como muestra el ejemplo de la Constitución de 1812. El florecimiento de la masonería, y en particular de la masonería femenina, a finales del s. XIX está vinculado a una idea ilustrada de igualdad de sexos e incluso de clases sociales que se introduce tardíamente en España a través de la filosofía krausista, en un momento en que en el resto de Europa el romanticismo victoriano había devuelto a la mujer al rol de la domesticidad.