Nuestra edad está acercándose a la edad de la jubilación. Recientemente, le comentaba a mis hijos que estaba un poco preocupada por el momento en que mi esposo y yo íbamos a compartir casi cada hora de la vida diaria en unas vacaciones indefinidas. Desde el comienzo de este confinamiento, les he informado que se había iniciado la prueba que nos revelaría si íbamos a poder o no.
Porque es cierto que este confinamiento nos revelará. Algunas de nosotras podemos haber experimentado un retiro a un monasterio, un ashram o un centro espiritual. Pero una cosa es elegir retirarse voluntariamente del mundo por un tiempo y otra es verse obligada a hacerlo. En el primer caso, vamos allí con toda conciencia para descubrirnos o encontrarnos, para alejarnos del parasitismo social que nos impide pensar en calma. Estamos serenas y abiertas, de buen humor para enfrentarnos cara a cara con el espejo.
Pero hoy, es el miedo y la angustia lo que nos convoca frente a nosotras y este detalle cambia las reglas del juego. Algunas de nosotras nos encontraremos aisladas en solitario y otras confinadas en familia o en pareja. Vamos a experimentar diariamente y sin escapatoria la paciencia, la tolerancia y la alteridad. El miedo y la ansiedad distorsionan las percepciones, exacerban nuestra necesidad de conexión, alteran el razonamiento, dan una nueva plasticidad al tiempo.
Somos seres gregarios, así que cuidado con no caer en una comunicación desenfrenada y propagar nuestra ansiedad. Recordemos los cuatro acuerdos toltecas y ahora, más que nunca, los convertiremos en una regla de vida; en nuestras Cadenas de Unión, el egrégor se alcanza en la calma y en la meditación.
Como todas, recibo mucha información, leo muchas historias relacionadas con lo que está pasando la gente, reflexiones sobre las lecciones que se pueden aprender de lo que estamos viviendo. Es verdad que cuando todo termine, la preocupación será descubrir si las parejas, las familias, los solteros, habrán logrado resistir para seguir disfrutando de la compañía mutua o de la soledad elegida, después de una convivencia o aislamiento forzados. Pero, sobre todo, hoy, cada una de nosotras, y de una manera más amplia, todos los que experimentan el confinamiento, están llamados a reflexionar sobre el sentido del modo de vida que hemos elegido. Es la prueba de la verdad. Se nos impone una transformación de la mirada. Como si de repente, se levantase un velo que ocultaba seres y objetos cotidianos. La automatización ya no nos sirve para nada. No tenemos más remedio que inventar una nueva forma de vivir nuestra vida, enfrentar sentimientos que generalmente evitamos a toda costa: el aburrimiento, el silencio o la cacofonía de un grupo, la promiscuidad o ausencia total de interacción física. ¡Ojalá sea una experiencia fundamental!
Cuando volvamos a nuestras vidas "normales", recordemos que no hay tiempo perdido, solo tiempo gastado o mal empleado, depende de nosotras dar un paso atrás para tomar el Tiempo. El Tiempo para dar una escucha de calidad a quienes nos solicitan, el Tiempo para tomarse un tiempo para pulir su piedra, el Tiempo para dar nuestro tiempo a los demás, el Tiempo para ver la belleza que nos rodea y mirar la fealdad a la cara.
Confié en mi palabra, habiendo experimentado una situación no similar pero tan peligrosa y destructiva como la que estamos viviendo, sé que es más fácil intelectualizar que poner en práctica estas enseñanzas. Sin embargo, debo intentarlo si no quiero renunciar a nuestra filosofía masónica. Las cosas importantes están y siempre han estado al alcance, pero ni ellas ni nosotras son eternas y debemos darles la consideración que merecen mientras sea tiempo.
Tiempo tan efímero como el polvo en el camino, como la huella de un paso en la orilla de una playa, de tal manera evolucionaremos para crear otro paso y volver a repetir hasta que nos encontremos más allá donde se unen eternidad e inmensidad, quizás percibamos el universo en expansión.