4. Mi laberinto

Me enfrento al papel en blanco preguntándome, como siempre, si seré capaz de expresar fielmente mi pensamiento. Es difícil entrar en una misma para buscar el principio de la madeja y recoger el hilo que en su día fui soltando para volver a recorrer el camino que se anduvo, con sus luces y sombras, con sus logros y derrotas, a pesar de que últimamente estoy practicando bastante. Es algo que me están enseñando a enfrentar aquí desde que llegué. Una vez tenga el hilo en mis manos, el camino será más claro y las ideas se agolparán en mi mente formando un torbellino que deberé domeñar. Será preciso darle un orden.
El primer giro en el laberinto me lleva a la adolescencia, época de búsqueda de mi identidad. Sentir que no encajas en esa época es estresante pero bastante frecuente y común. El descubrimiento de otras realidades distintas a la mía fue una revelación. La pobreza y la desigualdad convivían con nosotras a la vuelta de la esquina y en nuestra inocencia no nos habíamos dado cuenta, la injusticia estaba más cerca de lo que creíamos cuando éramos niñas. Ahí empezó la convicción de que algo tenía que hacer para sentirme mejor. ¿Cómo puedo ayudar?
Aprieto el hilo entre mis manos y sigo avanzando. No quisiera perderme en mis recuerdos. Empiezo a colaborar en acciones solidarias y siento que algo estoy haciendo. Pero es una mota de polvo en el Universo. ¿Por qué es tan difícil si solamente poniendo todos de nuestra parte se transformaría en fácil? ¿Qué nos empuja a ser egoístas, a pasar al lado del que menos tiene sin ni siquiera mirarle, a considerarse superior a otros seres humanos?
La tarea se me hace tan enorme y mis fuerzas son tan pocas… que pronto me alejo de la ruta que me había marcado. Los caminos se bifurcan y elijo el de las preocupaciones cotidianas: el trabajo, la pareja, la maternidad, la familia…
No quise en aquellos tiempos soltar el hilo creyendo que siempre podría retroceder y volver al tramo anterior, al camino que no quise recorrer y que se quedó atrás, pero no es verdad, porque según avanzas ya no eres la misma y todo es diferente.
Esto me hace recordar a Heráclito y su idea: “no nos podemos bañar dos veces en el mismo río” pues pienso que el tiempo y lo vivido nos cambia y hace evolucionar, para bien y para mal. La vida, transcurriendo dentro del laberinto, no permite borrar lo que no te gusta, sino que te construye paso a paso. Cada nueva vivencia te va llenando la mochila que llevas a la espalda y que a veces pesa tanto, que tienes que aprender a ir arrojando unas cosas para poder recoger otras. Esas elecciones van marcando tu devenir.
Durante mucho tiempo camino sin pararme a pensar si es eso lo que quiero, si es suficiente lo que recorro cada día. Encuentro puertas cerradas que no abro. Esto me produce una sensación de insatisfacción, una molestia revolotea en mi mente como una pequeña mosca que no acaba de posarse en ningún lugar. Pero tengo que centrarme, se me exige ser buena madre, buena hija, buena esposa, una mujer competente en su trabajo, siempre preparada y alerta, sonriente y amable. Mi mochila se va llenando y ya no soy capaz de tirar las piedras más pesadas, las que me frenan, las que hacen que me arrastre, porque me han enseñado que tengo que poder con todo y que yo, mi persona, tiene que cumplir a la perfección con lo que se le exige.
Pero de repente, cuando menos lo esperaba, me paro delante de una puerta. En principio no tiene nada de particular, es una puerta como tantas otras que he ido encontrando y que he ignorado. Incluso me resulta familiar porque siendo muy joven también me paré ante otra idéntica a esta. Sin embargo, aunque la entreabrí y estuve curioseando un poco, al final la abandoné y continué con el que creí que era mi destino.
Pero ahora estoy dispuesta a alejarme de lo que consideré mi devenir, sé que tengo que hacer algo, que necesito hacer algo, para que la búsqueda que inicié hace muchos años y abandoné me dirija a otro sitio. Tengo que tomar un desvío vital.
Así que me lleno de valor. Abro la puerta y entro. Sigo apretando el hilo que he ido soltando en el viaje que emprendí desde el principio de mi tiempo, no vaya a ser que tenga que darme la vuelta y salir corriendo. No quiero perderme definitivamente.
Veo un túnel oscuro y unas escaleras empinadas que se hunden en la tierra. Pero no estoy sola, alguien me sujeta y acompaña, una mujer. Me siento inquieta, reina la oscuridad y temo caerme. Pero mi acompañante me agarra con firmeza y empiezo a sentir la calidez de su mano en mi hombro.
Con cada escalón que bajo, se reafirma mi convicción de que he acertado al entrar. Voy cogiendo confianza mientras al fondo se vislumbra una pequeña luz que va creciendo según sigo avanzando. Al final del túnel encuentro una especie de asamblea formada por mujeres que me acogen y me llaman hermana.
Pero me avisan de que el camino no ha terminado, sino que este es un nuevo comienzo. Junto al hilo que traía en una mano, me entregan el principio de otra madeja. Los dos suman y al unirlos forman uno más grueso que me conecta con ellas.
Ahora que terminé de bajar, empieza una nueva historia. Tengo que subir todos los peldaños que estas mujeres, las que fueron, las que son y las que serán, me muestran. Lao Tsé dijo “Un viaje de mil millas comienza con el primer paso”, por tanto tengo que empezar a andar. Es un camino de aprendizaje y de trabajo, donde la primera lección es “conócete a ti misma”.
Los demás temas del programa también son muy importantes: tengo que reflexionar y aprender sobre la Igualdad, la Fraternidad, la Libertad, la Tolerancia, la Sororidad, la Filantropía, el Respeto al ser humano y a la naturaleza, la Paz, la Humildad, el Compromiso conmigo misma y hacia los demás. Es un nuevo viaje que emprendo ahora en compañía unas veces, otras en solitario, pero en el que busco crecer y ser cada día mejor. Miriam Beard lo expresó claramente cuando dijo: “Ciertamente viajar es más que ver cosas; es un cambio profundo y permanente en la forma de ver la vida”. Y a ello me aplico.
Qué antiguas suenan estas viejas lecciones. Pero qué necesarias son en nuestros días. Son valores que muchas veces chocan con el mundo en que vivimos lleno de prisa, de violencia, de intolerancia, de egoísmo. Ante el bombardeo continuo de las redes sociales y su falta de rigor, es necesario parar un poco, meditar, reflexionar sobre qué mundo queremos para nosotras y nuestros hijos, cómo podemos mejorar individualmente como personas y contribuir a que la sociedad en la que vivimos sea más justa y solidaria.
A veces me asaltan las dudas. No sé si este es el camino adecuado para mí y si en un futuro optaré por otro diferente. Hay muchos otros que llevan al mismo centro del laberinto, tan buenos como este y puede que incluso mejores. Pero en este momento es en el que me encuentro bien. No es perfecto porque lo formamos seres humanos con todas nuestras contradicciones y defectos. Pero siento que comparto una mirada ante lo que nos rodea con mujeres que, como yo, desean aprender y avanzar aportando al mismo tiempo a los demás, mientras intentan situar a “la mujer” en el lugar que le corresponde en la historia y en el mundo, que no es otro que el que debe compartir con el hombre en igualdad.
Todavía estoy por los primeros peldaños de esta escalera, me queda mucho que aprender durante toda mi vida y estoy dispuesta. Seguramente nunca lograré encontrar la salida del laberinto. Los retos que tengo y tenemos por delante son muchos y difíciles y abarcan todos los aspectos del mundo en que vivimos. Pero como decía Kavafis en su poema “Ítaca”:
“…no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.”
(Del libro “Mujeres masonas”, Editorial Masónica)