PARTE I: PASADO

En la antigüedad clásica, las Siete Artes Liberales representaban el conjunto de las Artes y Ciencias que podían ayudar al ser humano a alcanzar el conocimiento perfecto, pues cada una de ellas constituía uno de los aspectos de la Verdad. Todas ellas formaban el Trivium y el Quadrivium y siendo las vías o caminos por los que se podían adquirir todos los conocimientos o materias que proporcionaba la enseñanza en aquella época.
Tres de ellas: Lógica (enseña a formar juicios), Gramática (enseña a expresar ideas con palabras) y Retórica (enseña los adornos y belleza de las manifestaciones), constituyen el Trivium y engloba aquellas que se dirigen al arte de la palabra.
El resto forman el Quadrivium: la Aritmética (ligada a la Ciencia de los Números, enseña a no errar los cálculos), la Astronomía (muestra el orden y equilibrio del universo), la Geometría (nos enseña el conocimiento de las dimensiones), y la Música (que nos manifiesta la armonía de los sonidos y nos lleva a la Sabiduría del silencio).
La expresión “Artes Liberales” está formada por el término “Arte” que proviene del griego “areté” que significa “virtud” y se añade la palabra “liberal” porque su finalidad era la de formar seres humanos libres. Dicha libertad se obtenía mediante el conocimiento y el desarrollo de las habilidades intelectuales, en oposición a las “artes serviles” o “artes menores”, que eran las que proporcionaban al hombre la pericia para desempeñar oficios y realizar trabajos manuales. El estudio de estas materias en el mundo clásico conducía a la reflexión filosófica, por lo que la Filosofía, que no formaba parte de las Artes Liberales, acabó por ser considerada como el dominio del conocimiento en su conjunto y la finalidad suprema de toda educación.
Posteriormente con el Cristianismo, la Iglesia sustituyó la Filosofía por la Teología como pilar fundamental del conocimiento. A partir de entonces, el Trivium servirá para comprender las Escrituras Sagradas y el Quadrivium será el medio para poder entrever la forma en la que Dios ha organizado el mundo. De esta forma, el Cristianismo utilizará las Artes Liberales como la preparación previa al estudio de la Biblia, meta final del conocimiento filosófico.
La división de las ciencias y artes ya se encuentra en el filósofo romano Boecio (s. V). En el mismo siglo, Marciano Capella, escritor y retórico romano de lengua latina, escribe la obra satírica “Las nupcias de Mercurio con Filología” o “De Nuptiis”, que tendrá gran influencia durante toda la Edad Media, en la que Apolo convence a Mercurio para que se despose con Filología, una mortal que pasa las noches en vela estudiando por su gran curiosidad. Júpiter accede a esta boda, pero con la condición de que Filología reciba antes la apoteosis. Para ello Filología empieza por vomitar todos los libros que la oprimían, luego toma un brebaje elaborado por Apoteosis y después de atravesar las siete esferas celestes que forman la escala musical, según las teorías pitagóricas, llega a la asamblea de los dioses. Una vez allí, Mercurio le da siete damas de honor que representan cada una de ellas un arte: la Gramática, la Dialéctica, la Retórica, la Geometría, la Aritmética, la Astronomía y la Armonía.
En el tratado “De artibus et disciplinis liberalium litterarum”, Casidoro (s. VI) trata de las tres artes o ciencias sermocinales (lo que será el Trivium) y de las cuatro ciencias reales (que formaban el Quadrivium). Este político y escritor latino intentó cristianizar estas disciplinas y sistematizarlas como cuerpo enciclopédico de conocimientos. Su uso en las escuelas monásticas y catedralicias de la Alta Edad Media generalizaron este concepto, que se fijó particularmente a partir del siglo VIII, cuando Trivium et Quadrivium se adoptaron como currículum educativo por Alcuino de York, consejero de Carlomagno, para la Escuela Palatina de Aquisgrán.
Así pues, durante la Edad Media, en las universidades estas ciencias eran la parte fundamental de la educación, a la cual se añadía posteriormente, la formación especializada (medicina, arquitectura…). Podemos decir, por tanto, que existía una educación general, con conocimientos que formaban teóricamente un hombre libre y pensador, y, posteriormente, una educación especializada en la rama que uno deseaba ejercer como ciencia o arte servil. Es decir, se formaban hombres libres capaces de pensar por sí mismos y luego se les daba una profesión. Pero no podemos olvidar que en aquellos tiempos la educación más elitista estaba controlada por la Iglesia, muchas veces en los mismos monasterios, desde donde se desarrolló la Escolástica que extendió el principio de “auctoritatis” descuidando un tanto las ciencias y el empirismo, lo que no facilitaba precisamente la libertad de pensamiento y el desarrollo intelectual. Se intentaba coordinar fe y razón, pero realmente la razón se hallaba subordinada a la fe: “Philosophia ancilla theologiae”, la filosofía es sierva de la teología.
El Escolasticismo fue una corriente teológica y filosófica del Cristianismo medieval europeo que concilió la fe en los dogmas católicos con el saber de los escritos de los filósofos griegos clásicos que vivieron antes de Cristo, especialmente Aristóteles (s. IV a.C.). El movimiento escolástico se manifestó a través de la enseñanza y las formas literarias. En la primera adoptando el Trivium y el Quadrivium, en la segunda los comentarios sobre diferentes autoridades de la antigüedad, las sumas y las “quaestiones” (basadas en la “disputatio”, técnica consistente en enfrentar postulados y sus inconvenientes para llegar a una solución final). Pues la Escolástica también es un método de trabajo intelectual: aunque todo pensamiento debía someterse al principio de autoridad y la enseñanza podía verse limitada a la reiteración de textos clásicos y sobre todo de la Biblia, por otro lado, incentivó el razonamiento y la especulación, pues establecía un esquema del discurso que debía ser capaz de exponerse a refutaciones y preparar defensas.
