“La lotería” es uno de los relatos más famosos de la literatura universal. No es nada recomendable desvelar el final sino encontrártelo, y que esto suceda tras una lectura tranquila, aceptando la propuesta de sumergirte en el ambiente, dejándote llevar por los detalles aparentemente banales que in crescendo devienen sospechosos a lo largo del texto. De pronto no sabes si estás en una comunidad amish, en la película “El bosque” de Shyamalan o en La casa de la pradera que veías en la tele los domingos por la tarde. Desconoces cómo va a concluir esa parsimonia aparente y desconfías.
Shirley Jackson la escribió en 1948 a los 32 años. Es ineludible establecer un paralelismo entre su obra, su vida y el tiempo que le tocó vivir. Su marido, Stanley Hyman, crítico literario y profesor de universidad, se ocupaba de gestionar el talento y las finanzas de Shirley, administraba su dinero dándole la parte que él decidía que procedía darle manteniéndola relegada al ámbito doméstico, la crianza de sus cuatro hijos exclusivamente y obligándola a aceptar sus continuas infidelidades. Una clara situación de maltrato, que demuestra una vez más que este es un problema de la sociedad patriarcal que afecta a las mujeres independientemente de su nivel cultural o social.
En varios textos se recoge que su aspecto físico no era agraciado o no se ajustaba a los cánones del momento. Sería difícil encontrar alguna publicación que se manifestase sobre el aspecto físico de cualquier señor que se encuentre a la altura de la calidad literaria de la señora Jackson. Su marido llegó a decir que “rechazaba ser entrevistada, explicar o promover su trabajo de cualquier forma, o tomar posiciones públicas y ser la experta de los suplementos del domingo pues creía que sus libros hablarían por ella lo suficientemente claro a lo largo de los años”. Una declaración bastante sospechosa que nos muestra su claro interés en invadir ese espacio público que le correspondía a ella.
Por cierto: los trabajos como crítico de Hyman, tan respetados en otro momento, hoy están olvidados totalmente y nadie recuerda quién fue, mientras nuestra Shirley gana día a día en reconocimiento.
La publicación de “La lotería” causa un enorme impacto. Escandaliza y provoca numerosas críticas. Digamos que se trata de un texto políticamente muy incorrecto. Una patada en las partes más dignas de la clase media americana.
Cuando se publica este relato en 1948, la Guerra Fría ha comenzado. También la América macartista. Sirva de recordatorio que hace tan solo tres años que ha terminado la Segunda Gran Guerra. En junio se cierra la frontera entre Estados Unidos y Reino Unido con la Unión Soviética en los territorios de la Alemania ocupada. También es el año de las purgas comunistas, la constitución del Consejo de Europa, la Declaración de la ONU de los Derechos Humanos, el asesinato de Gandhi, el Plan Marshall…el mundo está en ebullición y tensión. Crecen las contradicciones y las diferencias. El mundo es un lugar poco seguro, cada vez más peligroso, lleno de confabulaciones y relaciones oscuras en las que no todo está a la vista o se muestra tal cual. Se vive con un equilibrio difícil de mantener y unas estructuras que prometen seguridad pero que sin embargo amenazan con la asfixia.
Shirley, tras un progresivo deterioro en el que los barbitúricos, el alcohol y la diabetes se constituyeron como un mortífero cóctel, falleció de un ataque al corazón mientras dormía a los 48 años, en 1965. Nos dejó una obra del género de horror y misterio. Debió conocer muy bien y de primera mano el horror. Aquel que procede de la imposibilidad de rebelarse o encontrar una salida sintiendo el peso de las estructuras que nos asfixian, de las relaciones que generan desigualdad, sea el patriarcado o los conflictos internacionales, se diriman estos o no en batallas, levanten muros de frialdad y violencia subterránea o se manifiesten en explosiones violentas para, sin embargo, mantener a toda costa una situación. Jakson es una maestra en mostrar la angustia, la claustrofobia y el miedo. Sin aspavientos ni dramatismo sino con una mirada objetiva y hasta cerebral. Con la originalidad de que el escenario en el que eso se muestra es el de lo cotidiano. Su maestría radica en su talento pero también habla de aquello que conoce bien y lo explora con agudeza. Comparte con otras mujeres escritoras o artistas el hecho de que la propia experiencia vital es material de trabajo, no en orden a ficcionar dicha experiencia sino como una mirada que analiza el mundo, la naturaleza y la conducta humana.
El mensaje central que nos trae “La Lotería” es lo peligroso que resulta el conformismo, la disparatada capacidad de adaptación a situaciones inaceptables que mantenemos con absurdos gestos y acciones. Y cómo casi sin darnos cuenta hemos perdido nuestra esencia como seres humanos, nuestra capacidad para el compromiso, para el cambio, la solidaridad. Y eso no sólo es triste y lamentable sino un auténtico horror.
Les deseamos una feliz lectura de “La lotería”. Cuanto más se horroricen mejor, aún están a tiempo.