Ludwig van Beethoven (1770-1827), el creador de esta bella obra, compuso nueve sinfonías. Las más destacadas son la 3ª: Sinfonía Heroica, la 5ª: Sinfonía Pastoral y la 9ª: Sinfonía Coral.
Respecto a esta última, la Sinfonía Nº 9 en re menor, Op. 125, conocida también como “Coral”, es la última completa del compositor alemán y fue compuesta en 1824. Es una de las obras más trascendentales, importantes y populares de la música y el arte.
Aunque es un género instrumental y sinfónico, se la llama “Coral” por la presencia del coro. Se podría considerar como “música programática” porque como hilo conductor tiene un programa literario en su cuarto y último movimiento. Este desenlace es único pues contiene un final sorprendente por inusual en su época y se ha convertido en un gran símbolo de libertad.
La Sociedad Filarmónica de Londres fue la que encargó la composición de la Sinfonía a Beethoven, que tardó 6 años en terminarla. Como hemos comentado, destaca el 4º movimiento, que está compuesto sobre un poema de Friedrich Schiller “An die Freude” escrito en noviembre de 1785, traducido como “A la alegría”, y más conocido como “Oda a la alegría”. El poema provocó en Beethoven al leerlo la intención de musicalizarlo cuando tenía 22 años.
Se suele distinguir entre “Oda a la alegría” para denominar al poema original de Schiller e “Himno a la alegría” como denominación de este 4º movimiento de la 9ª Sinfonía, que incluye una selección del texto de Schiller, las palabras introductorias de Beethoven y, por supuesto, la música.
Una vez terminada la 9ª Sinfonía, fue estrenada en Berlín no pudiendo hacerlo en Viena, pues en aquel momento el gusto musical en Austria estaba dominado por los compositores italianos. Cuando sus amigos y los patrocinadores la oyeron, le motivaron a que también estrenara su obra en la capital austriaca.
Así pues, y tras diez años del estreno de la 8ª Sinfonía, el compositor subió a escena en el Kärntnertortheater, el Teatro Real de Viena. La sala estaba llena. Nadie quiso perderse el acontecimiento ya que se sospechaba que iba a ser su última aparición. Y efectivamente, así fue. En los tres años siguientes el músico se encerró en casa aquejado de diversas enfermedades que lo postraron hasta su muerte.
Las partes de soprano y alto fueron interpretadas por las jóvenes y famosas Henriette Sontag y Caroline Unger. Aunque la interpretación fue oficialmente dirigida por Michael Umlauf (maestro de capilla), él y Beethoven compartieron el escenario. El público terminó encantado, ovacionando a los músicos aunque la asistencia del público decayó en las siguientes actuaciones.
El compositor, que no podía escuchar la ovación, seguía observando la partitura con la que había ido siguiendo la obra, hasta que uno de los solistas le tomó del brazo y girándole le puso frente al auditorio para que pudiese saludar.
El texto del cuarto movimiento de la composición pretendía impresionar a sus oyentes y exaltar sus propósitos de Fraternidad. La filosofía del poema cargada de amor y hermandad era especialmente relevante para un compositor joven como él en la Europa revolucionaria. No podemos olvidar que Beethoven fue cercano a la francmasonería y pudo verse influido por sus ideales. Se llegó a afirmar que el texto expresaba “el espíritu místico de la francmasonería del siglo XVIII, la nueva religión de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad”.
Una adaptación de esta Sinfonía realizada por Herbert von Karajan es, desde 1972, el Himno de la Unión Europea (UE). En 2001 la partitura original se inscribió en el Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO, donde forma parte, junto con otros sobresalientes monumentos, de la herencia espiritual de la humanidad.
La Unión Europea recoge el himno sin letra, solo la música. Con ese lenguaje universal de la música expresa los ideales europeos de libertad, paz y solidaridad.
La popularidad y la belleza del tema de la alegría han hecho olvidar en gran medida el resto de la sinfonía. La fuerza de la composición eleva el alma humana hacia valores universales como la fraternidad, la alegría, la esperanza… y la inspiración del músico genial hace que todos los seres humanos de la Tierra vibremos al unísono, llenándonos de alegría y de esperanza en un mañana mejor.
La sensación que nos provoca este himno nos estimula a seguir esforzándonos para trascender nuestras propias limitaciones y egoísmos y para construir un mundo más humano, más justo y más tolerante.
Más que nunca se necesita que estos sentimientos prevalezcan en el corazón humano.
Muy interesante post, me hace re-descubrir la 9ª Sinfonía, gracias por vuestro trabajo!