EXPERIENCIA DE UNA MASONA NÓMADA por Ana María García Alonso

septiembre 12, 2024

Me llamo Ana María y nací en 1952 en Nava de la Asunción, un pueblo pequeño de la Tierra de Pinares de Segovia. Tristemente, desde mediados del siglo XX, la mayoría de las personas que hemos nacido en algún pequeño pueblo de Castilla y León estamos predestinados a abandonar nuestras hermosas tierras de mares verdes en busca de un futuro. Curiosamente, en Segovia, ese nomadismo tiene nombre de mujer (de las 91.686 segovianas vivas, 50.407 residen en otros puntos de España) o sea, que más del 50% de las mujeres segovianas desde el momento de nacer disponemos de una cuna y de una maleta cargada de sueños. Ese nomadismo ha sido mi sino existencial tanto en mi vida profana como en la masónica.

Rebuscando en mi memoria, confieso que no tuve noción alguna de la masonería hasta finales de los años 70, en el tardofranquismo y ya viviendo en Madrid, cuando oí hablar elogiosamente de la masonería a uno de mis amigos más cultos, pero él hablaba de la masonería como un mundo exclusivamente masculino, hecho que, como feminista, me parecía totalmente trasnochado y nefasto.

Ciertamente, la masonería no era un tema común en mis círculos de entonces, ni en los laborales ni en los universitarios, ya que, en general, estábamos inmersos en la lucha antifranquista desde otros frentes. No obstante, recuerdo que por aquellos años vi una foto de varias mujeres masonas con sus mandiles publicada por una revista cuyo nombre no recuerdo y esa imagen se me quedó grabada en la memoria.

Pasaron muchos años y en 1987 mi maleta de sueños llegó a Murcia donde comencé mi vida profesional como médica. Justo en 1988, el primer día en el que tuve mi conexión con internet en casa, busqué la palabra “masonería” y, ¡eureka!, encontré una dirección a la que escribí una diatriba criticando que, en vista de sus principios humanistas e implicación en el levantamiento de esa “catedral simbólica de la Humanidad” bajo el lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, en qué se basaban para “no reconocer el derecho de la mujer a ser masona” cuando las mujeres somos las elegidas por la naturaleza para construir su catedral más bella, el ser humano.

A los pocos días recibí una amabilísima respuesta de D. Miguel Ángel Foruria y Franco, a la sazón, Gran Maestre del Grande Oriente Español. En su contestación me comentaba que tenía toda la razón y que, aunque su Obediencia solo aceptaban varones, él y muchos de los suyos pensaban que las mujeres tenían todo el derecho de ser masonas y que, además, si me interesaba me pondría en contacto con alguna masona, pues ya había organizaciones masónicas femeninas y mixtas. Además, me invitó a participar en un foro internacional cerrado, vía internet, llamado Artereal, formado por masones, masonas, profanos y profanas, donde por muchos años mantuvimos ricos e interesantes debates. En ese foro conocí a Rosa Tur, una querida hermana y amiga, que entonces pertenecía a la logia Luz Primera de Barcelona de la Gran Logia Femenina de Francia.

Durante aquellos años conocí a masonas y masones de España, América y otros lugares, realmente ejemplares, y mi admiración por la masonería fue creciendo día a día, pero tuvo que pasar mucho tiempo antes de decidirme a llamar a su puerta, no tanto por lo absorbente que era mi trabajo sino porque no estaba segura si iba a ser admitida y si iba a ser capaz de cumplir con un compromiso tan relevante para mí y asumir las tareas que ello podría conllevar.

Posteriormente, decidí solicitar mi admisión. Al principio, condicionada por mis vivencias personales, dudé en llamar a la puerta de la masonería mixta o la femenina, pero tras mis conversaciones con Rosa y otros hermanos, me decidí por solicitar mi entrada en la masonería femenina, hecho que, con la perspectiva de los años, opino que fue todo un acierto elegir caminar y crecer junto a mujeres.

“Vi la luz” un 19 de octubre de 2003 en la Logia Crisol de la Gran Logia Femenina de Francia de Madrid donde tuve como instructora a la querida hermana Argelia López. Posteriormente, tras los tristes sucesos de abatimiento de columnas de esa logia, la mitad de sus miembros emigramos a Barcelona donde pasamos a formar parte de la Logia Luz Primera. Las hermanas nos acogieron con alegría, amor y fraternidad.

Como miembros de esta logia tuvimos la suerte de participar en el nacimiento de la Gran Logia Femenina de España el 24 de junio de 2005. De aquella época recuerdo las tenidas en un templo precioso, la instrucción que recibí como aprendiza con Maribel S y, tras ser compañera, la instrucción y el cariño recibida por mi vigilante, nuestra queridísima hermana centenaria Paquita Valenzuela, que fue la primera Gran Maestra de la Gran Logia Femenina de España y que encarnaba y encarna como nadie los valores de la mujer masona: fraternidad, trabajo, compromiso y alegría.

También recuerdo los alegres ágapes después de las tenidas y jamás olvidaré la acogida fraterna que tantas veces nos brindó en su casa Rosa Tur. En enero de 2007 pasé a ser miembro de la Logia Manantial que en aquellos años llegó a ser una de las más populosas y activas de nuestra Obediencia. Hasta llegar a la maestría en marzo del 2009 fui instruida sabiamente por las queridas hermanas Montse Guasch y Nany Satasinh.

Posteriormente, desde abril de 2011 pasé a formar parte de la joven Logia Ítaca de Alicante. También formé parte del Consejo Federal de la Gran Logia Femenina de España durante tres años (2015-2017) lo cual me permitió conocer lo arduo del trabajo administrativo que requiere coordinar los talleres y los trabajos de toda la organización, así como definir objetivos comunes y establecer y cultivar las relaciones nacionales e internacionales con otras organizaciones masónicas y profanas.

Actualmente, desde octubre de 2019 tengo la fortuna de trabajar en la Logia Clara Campoamor de Madrid, de la que tuve el honor de ser fundadora. Esta Logia está compuesta por muchas hermanas llenas de dinamismo, inquietud, ilusión, compromiso, creatividad, espíritu crítico y con gran capacidad de trabajo, de ahí su significativo crecimiento.

Es indudable que la membresía de una logia es fundamental para su funcionamiento y su progreso, principalmente en el “modus operandi” administrativo, pero, en masonería, ocurre algo mágico y es que cuando se trabaja con rituales se crea una atmósfera en la que se apagan los ruidos profanos y el diálogo sincero, la reflexión, el respeto, la tolerancia y el ansia por aprender y compartir se hacen dueños del tiempo y del espacio, emergiendo así la luz del conocimiento.

Mi lento y largo camino masónico me ha permitido conocer a expertas y magníficas instructoras que me transmitieron su saber y conocimiento masónico con generosidad y paciencia; también, como en la vida y la ciencia he aprendido de los aciertos y errores; por otra parte, he visto crecer a muchas mujeres que se iniciaron después que yo y que han sido y son masonas ejemplares.

Desgraciadamente en España la huella antimasónica franquista ha hecho que muchas personas consideren que la masonería es una secta o un grupo de poder cuando, justamente, es todo lo contrario, porque las masonas y masones del mundo somos mujeres y hombres libres que nos vinculamos a ese proyecto de manera voluntaria y lo podemos abandonar en cualquier momento que decidamos, ya sea porque hemos encontrado otros objetivos en nuestra vida o porque ya no nos ilusiona este proyecto.

Curiosamente, compartir el camino iniciático crea lazos indelebles; de hecho, en virtud de mi nomadismo masónico he conocido muchas hermanas, algunas ya no están activas en masonería o están en otras logias, hay otras que ya hicieron su último viaje al oriente eterno como las añoradas Ana Rufino, Guadalupe S y Renate F pero, aunque no las vea, todas ellas siguen presentes en mi mente y en mi corazón porque el saber que me regalaron sigue vivo y firme sosteniendo los pilares que me sustentan como masona y como persona.

En definitiva, la masonería está formada por mujeres y hombres, libres y de buenas costumbres, que tenemos como fin “el perfeccionamiento moral y espiritual de la Humanidad y la búsqueda constante de la verdad, de la solidaridad y de la justicia, mediante el trabajo con una misma, y, por ende, de toda la Humanidad” y, al contrario de las organizaciones profanas que trabajan mirando hacia afuera para transformar a los demás, el método masónico nos proporciona las herramientas necesarias para trabajar en nuestra perfectibilidad como seres humanos para lograr que el mundo viva en paz y armonía y, en última instancia, trabajar por el progreso de la Humanidad.

Personalmente, para mí, el camino masónico me ha aportado enseñanzas que alimentan mi espíritu y me ayudan a poner orden y armonía en mi existencia; de hecho, tras cada jornada de trabajo masónico me llevo en mi mochila el amor y el conocimiento que me regalan mis hermanas, lo que me enriquece y me hace ser consciente de lo mucho que ignoro y que, a la vez, me da fuerza y energía para aprender y proseguir en la vida masónica y profana.

Realmente, “cumplir con nuestro deber” como masonas hace que nuestra existencia no sea en vano y nuestra asunción de valores como la libertad, la justicia, la misericordia y la fraternidad nos hacen, en cierto modo, mejores personas. Sinceramente, considero que este mundo marcado por la injusticia, la intolerancia y la violencia “si no existiera la masonería habría que inventarla”.

(Del libro “Mujeres masonas”, Editorial Masónica)

https://www.masonica.es/libro/mujeres-masonas_143577

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