7. TENIDA BLANCA

En la Logia Clara Campoamor he podido realizar dos de las vivencias más importantes y constructivas para mí. Es bien conocida la máxima masónica de “construir el templo interior para contribuir al templo exterior”. A veces ese equilibrio no es fácil y tendemos a “perdernos” en una parte u otra de ese binomio de la construcción. O vivimos mucho hacia afuera o siempre estamos mirando hacia adentro y perdemos el contacto con la realidad. Esta logia me ha ayudado a trabajar ese equilibrio. El templo exterior quizá sea lo que más cuesta en un país en el que la masonería ha sido tan incomprendida y maltratada, pero al margen de eso, la logia se esfuerza por desarrollar una labor hacia el exterior filantrópica, solidaria y humanitaria y mantiene una reflexión sobre los problemas de nuestro tiempo intentando la comprensión de lo que acontece en el mundo desde una perspectiva basada en los valores masónicos.
Esto se fundamenta en lo que maravillosamente John Done, expresa en su poema “¿Por quién doblan las campanas?”. Nadie es una isla, pertenecemos a una gran familia que es la humanidad, nuestro destino está unido a ella y las pérdidas ajenas también nos disminuyen.
La segunda experiencia que quisiera compartir es la conciliación de razón y espiritualidad. Ambas pareciera que son agua y aceite. Razón y espiritualidad no son excluyentes sino necesarias. Y ha sido el propio método masónico y la relación con las hermanas del taller lo que me ayuda a vivir esa experiencia tan enriquecedora.
La masonería también te puede ayudar a descubrirte a ti misma. Y lo cierto es que no es solo una posibilidad sino uno de sus fines. Descubrir en la piedra bruta el ser que verdaderamente eres y que tú misma lo haces a golpe de mallete. En esa búsqueda de nosotras mismas hay quienes, como yo, hemos mirado al pasado y descubrimos una historia familiar que, elaborada e incorporada a nuestras vidas nos permite avanzar en la construcción de nuestra individualidad. Es lo que he tratado de narrar en el relato “Tenida Blanca”. Todo lo que aparece es cierto, aunque he tomado cosas propias y ajenas.
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Loreto ha asistido hoy a un acto que se llama “tenida blanca”. Le han dicho que se trata de una reunión masónica a la que puede asistir cualquier persona que desee conocer más de cerca qué se hace en una logia. Está nerviosa y muy expectante.
Ha sido un largo recorrido hasta llegar aquí, pero hoy sabe que probablemente es el sitio que estaba buscando desde hace mucho tiempo. Intuye que ha agotado una etapa de su vida y debe comenzar otra. Aunque se siente realizada en su trabajo y pertenece a varias asociaciones, también necesita dedicarse un poco más a sí misma, conocerse mejor, descubrir sus potencialidades, y sobre todo compartir inquietudes.
Todo empezó tres años atrás. Recibió una llamada telefónica de una asociación de memoria histórica. Por fin habían localizado la fosa común en la que se encontraba su bisabuelo y estaban previstos los trabajos de exhumación en unos días.
El corazón casi le dio un vuelco. Supadre había fallecido hacía tan solo unos meses con la pena de no saber qué había sido de su abuelo. Bueno, sí sabía que había sido fusilado después de estar encarcelado casi dos años al terminar la guerra, pero dónde había sido enterrado si es que lo enterraron fue siempre un misterio.
Mucho más atrás, una mañana de enero de 1941, la bisabuela, o más bien la yaya María como la llamaban en casa, se había presentado en la cárcel con un cestillo de esparto con algo de comida y una vieja chaqueta que había remendado y le dieron la noticia. No solo no la dejaron entrar al cementerio para buscarlo, sino que la amenazaron a ella y a sus hijos y se tuvieron que marchar bajo un chaparrón de insultos. De modo que cogió a los niños y se marchó presa del miedo aquella misma noche. Un manto de silencio cubrió la historia de la familia que pudo salir adelante con la fortaleza de la yaya que huyó al pueblo con los niños pequeños.
El padre de Loreto conocía la condición de masón del abuelo. Era un secreto a voces en la familia, pero para ellos tenía una connotación positiva porque la yaya siempre dijo que su Paco, era un hombre “libre y de buenas costumbres”. De vez en cuando se marchaba a sus reuniones y si a la hora de la cena no estaba, la yaya decía que estaba de reunión con los indios. Una suerte de contraseña para indicar que estaba en una tenida con sus hermanos masones a quienes se refería con cariño, incluyéndose él mismo, como “los sin dios”.
El yayo Paco se ganaba la vida cuidando al ganado de las huertas de la zona. Ayudaba a parir a vacas y yeguas, capaba terneros y atendía cuando estaban enfermos a toda clase de animales. Sabía leer y escribir, tenía estudios y muchos vecinos iban a buscarle para consultarle cualquier cosa, fuera de las vacas, de cuentas o de trámites con el ayuntamiento.
Cuando las misiones pedagógicas de la República visitaron el pueblo se encargó de organizar su llegada con el maestro don Marcelino. Proyectaron películas en el establo grande sobre una sábana blanca y en la pared de la iglesia, trajeron un gramófono y un montón de libros para crear una biblioteca. Así que cuando llegaron las elecciones, como un acto más de servicio, se presentó para alcalde y fue elegido. Hasta que vino la guerra y todo se lo llevó.
Una mañana Loreto recibió del archivo las fotocopias de su expediente. Eran del juicio sumarísimo al que las nuevas autoridades le habían sometido, no pudo evitar el llanto. Y se prometió buscarlo, costase lo que costase.
Hoy, en la tenida blanca, escucha con atención y observa todo cuanto sucede en esa sala. Las participantes se mueven con solemnidad y coordinación. Hablan de manera ordenada y solemne. Las personas que asisten están sentadas en silencio en bancadas a derecha e izquierda. Hay algo en todo ello que resulta trascendente. En un momento dado toma la palabra una señora que sentada en un sitial hace una breve exposición sobre Clara Campoamor, la masona que luchó para conseguir el voto femenino en España. Dice que, aunque pudo regresar del exilio, no lo hizo ante la exigencia como condición de tener que delatar a otros masones. Y Loreto se acuerda de su bisabuelo al que no conoció. Una persona libre y de buenas costumbres…y de los indios.
(Del libro “Mujeres masonas”, Editorial Masónica)