Cuentos que cuentan

octubre 23, 2025

24 de octubre, Día Internacional de las Bibliotecas

Proporcionado por Wikipedia

Biblioteca Nacional de Sarajevo. (foto: wikipedia)

El 24 de octubre de 1992 la Biblioteca Nacional de Sarajevo fue destruida en la Guerra de los Balcanes. Entre sus ruinas, el músico Vedran Smailovic tocó su violonchelo impactando al mundo con esta imagen.

Desde 1997 se eligió esa fecha como Día Internacional de las Bibliotecas, con el objetivo de resaltar la importancia que tienen estos edificios como guardianes de la cultura y del conocimiento.

Pero ¿por qué atacar una biblioteca? A lo largo de la historia, los tiranos han visto en los libros y en la cultura una fuente de pensamiento libre, por lo que diferentes generaciones en distintos países han sido testigos de censuras y de grandes hogueras en las que ardían volúmenes y obras de arte, llevando a cabo lo que podemos denominar como actos de “memoricidio”. El médico e historiador croata Mirko D. Grmek utilizó por primera vez este término en un discurso pronunciado en las Naciones Unidas para referirse a la destrucción del acervo cultural de un pueblo.

Porque las masonas damos una gran importancia a la cultura y al conocimiento, al pensamiento libre y a la expresión artística sin censuras, queremos celebrar este día de otoño con esta versión de un viejo cuento indio:

“Se cuenta que hace mucho tiempo, en un país árido, había un árbol prodigioso. Era tan viejo que todo el mundo lo había visto siempre allí, se alzaba desde el centro de un pueblo y sus ramas tocaban el cielo.

Estaba dividido en dos ramas principales, iguales, que daban frutos durante todo el año, pero curiosamente nadie se los comía. Sus frutos magníficos, brillantes y dorados atraían las manos y las bocas de los niños y niñas, pero se les enseñaba la extraña y antigua verdad: una antigua leyenda decía que una de las ramas daba frutos venenosos, mientras que la otra daba los frutos más nutritivos y deliciosos del mundo. Por desgracia nadie recordaba ya cuál era la rama buena. Así que se miraba, pero no se tocaba. Los frutos caían de las ramas y se pudrían en el suelo...

Llegó un verano demasiado caluroso, luego un otoño seco y después un invierno gélido. Solo en la llanura, el árbol permanecía inmutable con sus frutos.

La gente, al ver a ese viejo padre milagrosamente salvado de las tormentas, se acercó indecisa y temerosa. Tenían que elegir entre el riesgo de caer fulminados si probaban esos frutos y la certeza de morir de hambre si no los probaban.

Todos estaban allí cuando, de repente, una anciana que cuidaba de sus tres nietos decidió arriesgarse y elegir una fruta. Todos contuvieron la respiración y la miraron, divididos entre el miedo, el terror, la admiración y la perplejidad. Ella masticó tranquilamente un bocado tras otro, saboreando la pulpa jugosa y perfumada... ¡Se quedó de pie con aire dichoso, estaba viva! Muy felices, todos los habitantes del pueblo comenzaron a recoger frutos de la misma rama, evitando cuidadosamente los de la otra.

¡Milagro, los frutos se regeneraban a medida que se recogían, hasta tal punto que era imposible saber cuántos había!

Por la noche, los aldeanos organizaron una velada para celebrar la buena noticia. Estaban muy felices por este árbol que les devolvía la vida con sus frutos. ¡Durante ocho días celebraron una fiesta!

Ahora sabían dónde estaba el lado maligno de ese árbol y poco a poco les invadió un rencor odioso, porque por el miedo que habían tenido, casi mueren de hambre.

Preocupados por proteger a las generaciones futuras, decidieron cortar la otra rama, la que era inútil y peligrosa. Así nadie podría equivocarse.

Y así lo hicieron, cortándola a ras del tronco. Se fueron a dormir, tranquilos, satisfechos con su día y con su sabia decisión. Pero al día siguiente, para su consternación, todos los frutos buenos se habían caído. El árbol, amputado de su mitad mala, ya solo ofrecía al sol un follaje marchito. Su corteza se había ennegrecido y los pájaros lo habían abandonado.”

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