¡Hola!, me llamo Goleta

Foto: Lisboa Gavilán (G.O.)
Soy una labradora negra con un toque de flat-coated en mi linaje. Tengo seis años y un título muy especial que me llena de orgullo: ¡soy un perro guía!
Tuve una infancia feliz en mi familia de acogida. Marta y Julia me enseñaron las primeras lecciones de vida: controlar mis necesidades, jugar sin hacer daño, detenerme en los bordillos y las escaleras... ¡Ah, cuánto aprendí en aquellos días! Pero llegó el momento de regresar a la escuela de perros guía. Allí me enfrenté al mayor desafío de mi vida: convertirme en una “lazarillo” profesional.
No fue fácil. Pasé de una vida despreocupada, llena de juegos en el parque y travesuras, a una rutina de disciplina, obediencia y largas caminatas. Ser perro guía no es tan sencillo como parece. Hay que esquivar el tráfico, sortear mesas y terrazas, detectar escalones, manejarse en el metro, el bus y el tren... y, sobre todo, asegurarme de que mi humana esté siempre segura. ¡Un auténtico reto!
Con esfuerzo y dedicación, superé cada obstáculo y finalmente me gradué. Mi instructor, Pedro, un humano macho alfa, como mi compañero de apartamento en perreras, un pastor alemán de esos que tienen carácter y sabiduría, me preparó para todo. Incluso me enseñó a resistir la tentación de robar comida en la calle. ¡Eso sí que fue difícil!
Y entonces llegó el día que cambiaría mi vida para siempre: conocí a mi socia humana. Recuerdo aquel momento como si fuera ayer. Estaba nerviosa. ¿Le agradaría? ¿Se llevaría bien conmigo? Pero en cuanto me llevó a casa y me sentó a su lado, sentí una conexión única e irrompible. Era como si estuviéramos destinadas a encontrarnos.
Mi humana es muy habladora. Pasa horas charlando, a veces tanto que me duermo escuchándola. Es bastante activa, aunque tengo que recordarle de vez en cuando con un toque de pata que desconecte del móvil o el ordenador. Hay días en los que me lleva a un lugar especial, su refugio masónico, su logia. Allí está rodeada de sus hermanas masonas, quienes me tratan como si fuera una reina. Me llenan de halagos, juguetes y premios, y me dejan hacer lo que me da la gana. ¿Serán mis tías? ¡Creo que sí!
En la masonería, según mi humana, se trata de ser mejor, de ayudar a los demás, de resistir tentaciones y construir un mundo más justo. ¡Eso es exactamente lo que yo hago cada día como perro guía! Si ella es masona, yo también me siento parte de esos valores: la libertad de vivir con alegría y respeto, la igualdad entre todas las criaturas y la fraternidad que nos une sin importar diferencias de especie o raza.
Porque ser perro guía es mucho más que guiar a alguien. Es un acto de amor incondicional, un compromiso eterno y una responsabilidad que llevo con orgullo. Yo, Goleta, lo tengo tatuado en mi corazón.
Cada año celebramos el Día del Perro Guía el último miércoles del mes de abril. Este año será el 30 del mes. Es un día para recordar a los entrenadores, las familias de acogida y, sobre todo, para alzar la voz por los derechos de las personas ciegas y de los perros guía.
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¡Un día para celebrar lo que somos y lo que hacemos!
Precioso! Y pienso que muy real. Felicidades!!!
Magnífico y metecido comentario.
Las/os perras/os guía, no solamente son las/os mejores amigas/os y fiel compañía de muchísimas las personas sino que son son los ojos y el faro que indica el camino a muchas personas ciegas.
Goleta, una perra como tú se merece lo mejor de todo: eres buena, amigable, sociable, buena compañera, independiente, cariñosa, tragona, guías de maravilla, eres también perezosa, laminera, zalamera, sabes poner ojitos amorosos y ojitos pedigüeños, tienes el don de encandilar a los humanos... has aprendido a no robar por las calles, pero ¡ay amiga! has aprendido a robarnos el corazón... Felicidades Goleta por ser tan tremendamente humana!! Te queremos. Tuyos Jose y Carlos.