3. Ver la luz
Cuando entré en la masonería, era como Pulgarcita, esta heroína diminuta de un cuento de Hans Christian Andersen, nacida de una semilla. Ella es pequeña pero alegre y valiente en un mundo inmensamente grande, yo vivía igual abarcando compromisos profesionales y familiares, sobrellevando lo cotidiano y las pérdidas.
Seguramente encontré un hada madrina y volé con la imaginación. Emprendí el viaje, ni el camino ni la meta estaban claros, pero desde el principio supe que sería una odisea… un viaje de regreso.
Otra vez convertida en semilla que descansa durante el invierno bajo tierra, llegué a un lugar en penumbra y silencioso donde la pregunta era “¿y tú qué piensas? ¿Quién eres?” pero parecía que no había urgencia en contestar, así que soñé largo rato. ¡Me había cambiado de cuento y ahora era una bella durmiente! Comparto como muchas hermanas la sensación de estar en el sitio adecuado y puede que sea porque, por fin, hay un espacio y un tiempo para centrarse en una misma.
La etapa fue bonita y el sueño reconfortante, pero había que continuar el camino y al abrir los ojos, mi monstruo seguía allí: la duda. Usé de todas las estrategias: esconderme, esquivar, renunciar, mirar para otro lado, enojarme, pero cual sombra atada a mis pies allí seguía la inseguridad, la falta de confianza y el sentimiento de impostura. Supongo que me hubiera tranquilizado encontrar respuestas, verdades, pero al contrario, salían más dudas y más preguntas o tal vez… mejores preguntas… para poder salir del sí o no, blanco o negro, razón o corazón y así tantas otras dualidades.
El estudio de los símbolos fue y sigue siendo apasionante. Recuerdo por ejemplo el impacto de la luz después del recorrido a ciegas de la iniciación, en el instante entendí este símbolo física, mental y emocionalmente: la complementariedad luz-oscuridad, pero también todas las sutilezas de la sombra.
En muchas mitologías se cuenta la alternancia del día y de la noche bien como la liberación del sol, bien como la conquista de la noche, más allá de la explicación del mundo representa el equilibrio y la fluidez para que se pueda vivir sobre la Tierra. En la transición, donde el alba es esperanza y el crepúsculo sinónimo de miedo o nostalgia, las sombras son alargadas y pueblan nuestro imaginario, es el momento de la duda: lo que va desapareciendo a la vista sigue vivo en el recuerdo.
Tal vez la duda viva en este umbral de fragilidad, aunque también es fuerza porque cuestiona lo que se ve, lo establecido, tiene curiosidad, crea empatía. “La sombra de la duda” sea tal vez lo que mejor compartimos los seres humanos, está hecha del mismo material que los sueños y la memoria.
¡Solo los vampiros, los fantasmas y Peter Pan no tienen sombra!
La masonería me va enseñando a confiar en mis dudas, a pensar por mí misma para acercarme a este ideal de ser “libre pensadora”. Me gusta esta frase de George Sand: “Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado”.
En manuscritos del siglo X, encontramos un cuento persa que ha viajado hasta hoy convertido en una escena entre dos payasos. Jean Claude Carrière en su libro Raconter une histoire, lo escribe así:
“Aparece uno buscando algo por el suelo, en un círculo de luz. Entra el otro y pregunta:
- ¿Has perdido algo?
- ¡Sí!
- ¿Y qué perdiste?
- Mis llaves…
- ¿Seguro que las perdiste por aquí?
- No…
El segundo payaso, algo perplejo, piensa un momento antes de volver a preguntar:
- Pero si las perdiste en otro sitio, ¿por qué las buscas aquí?
- Porque aquí hay luz.”
Cuando me siento perdida en el camino miro hacia atrás buscando piedrecitas blancas como Pulgarcito, para volver a la casa donde guardé mis ideales… o voy caminando bosque adentro con el anhelo de encontrar una casa acogedora como Blancanieves.
Una vez al mes nos encontramos en lo que llamamos templo, hacemos una pausa en la travesía de la realidad, compartimos nuestras preguntas. ¡Algunas son nuevas! Pero también hay respuestas variadas y diferentes que me son regaladas.
(Del libro “Mujeres masonas”, Editorial Masónica)