PARTE III: CRÍTICA AL FASCISMO Y A LA FILOSOFÍA OCCIDENTAL
MUJERES DE LA GENERACIÓN DEL 27

María Zambrano centra su análisis del fascismo sobre los aspectos más emocionales en su obra “Los intelectuales en el drama de España” (1937), escrita en plena guerra civil. Considera al fascismo como una concepción del mundo nacida de una gran ansiedad y un profundo malestar de la cultura europea. Los fascistas acumulan un odio destructor al presente, un apego al pasado idealizado, un resentimiento a la vida que impide una verdadera experiencia vital y que deviene en un comportamiento adolescente incapaz de afrontar la realidad.
El movimiento fascista surge como un intento de superar el declive del orden burgués moderno y la crisis nihilista de la cultura occidental. “Del alma estrangulada de Europa, de su incapacidad de vivir a fondo íntegramente una experiencia, de su angustia, de su fluctuar sobre la vida sin lograr arraigarse en ella, sale el fascismo como un estallido ciego de vitalidad que brota de la desesperación profunda, irremediable, de la total y absoluta desconfianza con que el hombre mira el universo”.
Frente al odio, María Zambrano contrapone el amor a lo vital, es decir, el apego a la realidad, la fidelidad al momento y al pasado verdadero, no inventado ni idealizado.
Pero su crítica se extiende al origen y desarrollo de la filosofía occidental en una línea parecida a la de Nietzsche. Mantiene que en lugar de religar al sujeto a lo real, la filosofía ha urdido la fractura con las cosas, la separación y desprendimiento del originario apego o unión con lo real. Este desarraigo del mundo hace del ser humano un ser que está “frente” a las cosas y no “al lado” de ellas. Así interpreta la ascensión del esclavo de Platón desde el fondo de la caverna: no como una liberación sino como un alejamiento de las cosas, de la realidad. Esto constituye para María Zambrano una violenta acción de la razón filosófica que desvirtúa la genuina vocación humana de participación y comunión con la realidad. La verdadera causa del nihilismo que padece Occidente es el logos que nos arranca de la realidad y nos convierte en exiliados del mundo, seres desarraigados, vacíos, separados y perdidos en la nada.
En su obra “La agonía de Europa” (1945) asocia la crisis europea y el despliegue de las ideologías totalitarias con la muerte o represión de Dios. El Dios propio de esta cultura es más creador que misericordioso y se enfatiza que ha creado al hombre a su imagen y semejanza y éste se ha creído el “seréis como dioses”. Según María Zambrano, este endiosamiento del hombre ha producido el advenimiento del nihilismo y la crisis de la cultura occidental.
Para ella, la soberbia del hombre frente a su divinidad constituye el verdadero enemigo de Europa porque la “muerte de Dios” produce enajenación y destrucción del propio hombre. Piensa que la situación de desolación que atraviesa nuestra cultura arranca de la falta de piedad, entendida como sentimiento de comunión con todo lo “otro”, por lo que el exilio es la condición natural del hombre actual, que, así, pierde su centro vital.
El pensamiento dominante en el siglo XIX (positivismo, materialismo y pragmatismo) ha reprimido el sentimiento de piedad y los sentimientos religiosos abrazando una razón que ha extirpado todas las creencias y esperanzas humanas. María Zambrano coincide con su maestro Ortega en que las creencias constituyen al hombre. El espacio humano no es sólo físico sino vital y sin él siente un vacío interior insoportable e intenta llenar ese hueco dejado por la divinidad con toda una serie de sucedáneos: el culto a la personalidad, la búsqueda de la fama, la Humanidad, la Naturaleza, el Arte, el Progreso, la Ciencia…
María Zambrano piensa que ha de superarse el fracaso de la razón racionalista con su modo de pensar a través de lo discursivo, de los conceptos y de los esquemas transformándola en “razón poética” construida y expresada con símbolos y metáforas que pongan al ser humano en sintonía con el origen sagrado de la vida. Hablar de aquello de lo que no se puede hablar sino sólo experimentar es la finalidad central de su obra “Claros del bosque”, donde por primera vez pone en funcionamiento su “razón poética” como camino o método de superación de los excesos racionalistas e individualistas.