PARTE II: “LA ÚLTIMA NIEBLA”

La novela corta “La última niebla” (1935) describe el relato de las emociones de una mujer de clase alta, denominada “Ella”, cuya relación marital no la satisface.
Su marido, habiendo quedado viudo recientemente, se casa con Ella. Es un hombre distante y conservador. Luego de una visita a su casa de campo “Ella” descubre que la mujer de su primo ha invitado a su amante a la hacienda y comienza a envidiar esta situación, llegando a creer que quizás con otro hombre ella podría liberar esa opresión de vivir siendo comparada con la primera mujer de su marido.
En su anhelo por experimentar una relación amorosa e intensa, llega a convencerse de que una noche de mucho calor, mientras su marido dormía, salió a caminar sofocada por el sopor y en su descanso se encuentra con un desconocido quien le despierta una atracción desenfrenada. Esa noche se entrega a la sensualidad y sexualidad del momento y siente haberse enamorado.
Tras años de lo ocurrido, “Ella” revive en su mente una y otra vez esa experiencia, soñando que ese desconocido volverá a su lado. Busca evidencias de que lo que recuerda fue real, sin embargo, no puede encontrar testimonios, ni pruebas, todo se desvanece en la niebla y cuando cree tener un testigo (el hijo del jardinero), el sirviente muere antes de confirmar la veracidad de lo ocurrido. La angustia por esta sensación de frustración, la lleva a intentar suicidarse, prefiriendo morir antes de continuar oprimida y no amada.
En esta novela se exponen las ideas de la teoría de género, una interesante dimensión erótica en el contexto de una sociedad de principios del siglo XX.
Esta dimensión fundamental de la conciencia femenina, de su propia sexualidad, no se podía expresar libremente, dado los cánones culturales de la época, que asumían la búsqueda de placer y goce de la mujer como algo pecaminoso y donde dicho placer era percibido como patrimonio exclusivo de los hombres.
“Ella” encuentra en su sexualidad una forma de evadir la inercia y el vacío de su vida rutinaria. No obstante, esta frustración la empuja a ideas de autodestrucción y suicidio.
“Ardo en deseos de que me descubra cuanto antes su mirada. La belleza de mi cuerpo ansía, por fin, su parte de homenaje. Una vez desnuda, permanezco sentada al borde de la cama. Él se aparta y me contempla. Bajo su atenta mirada, hecho la cabeza hacia atrás y este ademán me llena de íntimo bienestar. Anudo mis brazos tras la nuca, trenzo y destrenzo las piernas y cada gesto me trae consigo un placer intenso y completo, como si, por fin, tuvieran una razón de ser mis brazos y mi cuello y mis piernas. ¡Aunque este goce fuera la única finalidad del amor, me sentiría ya bien recompensada!”.
La protagonista entra en manifiesto conflicto con los estereotipos de la mujer dócil, sumisa y abnegada, que la cultura y la sociedad de la época le imponen, cánones que muchas mujeres de su clase y otras menos favorecidas aceptaban voluntariamente.
En este sentido, la protagonista podría ser definida como la heroína romántica, que en virtud de mantener las apariencias ante su entorno y someterse a la voluntad de su marido, sacrifica su realización afectiva. Esto se convierte en una conducta autodestructiva. Así lo expresa en los siguientes extractos:
“Ante el espejo de mi cuarto, desato mis cabellos, mis cabellos también sombríos. Hubo un tiempo en que los llevé sueltos, casi hasta tocar el hombro... Mi peinado se me antojaba, entonces, un casco guerrero que, estoy segura, hubiera gustado al amante de Reina. Mi marido me obligó después a recoger mis extravagantes cabellos; porque en todo debo esforzarme en imitar a su primera mujer, a su primera mujer que, según él, era una mujer perfecta.”
“El suicidio de una mujer casi vieja, que cosa repugnante e inútil. ¿Mi vida no es acaso ya el comienzo de la muerte? Morir para rehuir ¿qué nuevas decepciones? ¿Qué nuevos dolores?”