Parte 2.- Análisis desde una perspectiva filosófica
Si para entender su contenido miramos a la filosofía, asociar la vida a un proceso de cambio es resaltar en ella el cambio, la transformación, la contingencia frente a las metafísicas más tradicionales que desde Platón consideran que existe un mundo inmutable, estático e imperecedero. Así tenemos el mundo de las ideas de Platón, la metafísica de Aristóteles y su concepción del ser ontológico, las metafísicas cristianas del medievo, etc. Son concepciones esencialistas en las que la vida es un don que no hemos creado nosotros mismos: es algo que recibimos y debemos cuidar. Fue Hegel quien, con mayor éxito, ya en el siglo XIX, vuelve a una dialéctica en la que el cambio tiene un gran protagonismo.
Por su parte Sartre, padre del existencialismo, afirmó que “En el ser humano la existencia precede a la esencia”. Para entenderlo pensemos en los seresque no son humanos. En ellos su esencia es anterior a la existencia. Por ejemplo, esta silla, como concepto, existe antes que la silla misma. Sin embargo, el ser humano se hace a partir de la experiencia, del aprendizaje, de la socialización. Según esta corriente no habría ningún dios ni naturaleza humana que determinara la vida, sino nosotras mismas las que nos creamos y construimos y las decisiones que tomemos las que conferirán sentido.
Pero además esta concepción de la vida como proceso, parte de que tanto la vida como el mundo están vacíos inicialmente y esto podría ser una de las causas del pesimismo actual, llevándonos a preguntarnos ¿nos conduce esta visión al nihilismo? ¿está el ser humano contemporáneo perdido, huérfano, abandonado a su suerte por este motivo?
Vivimos sometidas a tensiones. Frente a la necesidad de seguridad, solidez y permanencia, la de transformación, movimiento y cambio. Para Nietzsche las personas que se someten a la necesidad de seguridad son débiles y cobardes, capaces de inventar lo que sea con tal de poder soportar la tragedia de la vida.
En la frase “la vida es el proceso de llegar a ser” se refleja el ánima con la que cada una de nosotras llamó un día a las puertas de la Fraternidad, pero cuando ésta se abrió nos dio de bruces con otra afirmación: el hombre está condenado a ser libre.
Es nuestra responsabilidad saber qué hacer con esa libertad que, queramos o no, acompaña nuestro proceso de “llegar a ser”. Esa responsabilidad además constituye una especie de horizonte existencial. Alcanzarlo por nosotras mismas no es tarea fácil, nos ayudamos del grupo, de la fraternidad, donde el aprendizaje humano general prima a lo que hoy conocemos como desarrollo personal.
Por tanto, para ir creciendo y construyéndonos debemos tener constantemente presente todo lo anteriormente vivido y conocido, un aprendizaje constante, porque si no, no podremos alcanzar el objetivo de convertirnos en quien realmente somos, esa persona que descubriremos con nuestro último aliento.