Parte 1.- La masonería llega a España
En 1727, sólo diez años después de la constitución de la masonería especulativa en Inglaterra, se crea en Madrid la primera logia reconocida por la Gran Logia de Londres en el continente europeo, con el número 50 y el nombre de La Matritense. Ubicada en la fonda Las Tres Flores de Lys, en la calle San Bernardo, fue fundada por un grupo de ciudadanos británicos residentes en España, encabezados por el duque de Wharton.
A pesar de esta pronta introducción, la francmasonería estuvo severamente prohibida y perseguida en España no solo en el siglo XVIII –a partir de la bula de 1738 dictada por el papa Clemente XII –, sino también en la mayor parte del siglo XIX. Lo estuvo por la Inquisición y la Iglesia católica por motivos religiosos, y también por los reyes y sus gobiernos por motivos políticos.
Fernando VI promulgó en julio de 1751 su Real Decreto contra los francmasones, justificado por la pena de excomunión dictada por el Papa y por el desconocimiento de los fines con los que los masones se reunían. Su hermano Carlos III también prohibió la masonería, primero en Italia y luego en España, como lo siguieron haciendo sus sucesores, Carlos IV, Fernando VII e Isabel II. Se podría decir que la persecución de la masonería ha sido prácticamente constante en España hasta hace apenas 40 años, salvo en los periodos liberales efímeros de los S. XIX y XX (Constitución de 1812, Constitución de 1869 y II República).
La historia de la masonería española se desarrolla así con grandes oscilaciones, en paralelo a la convulsa historia de nuestro proceso modernizador. Un proceso que, a diferencia de lo ocurrido en otros países, donde se produjo una ruptura clara con el orden tradicional a través de una revolución – religiosa, como la protestante, o civil, como la francesa o la rusa – ha sufrido una tensión continua entre las ideas más conservadoras, afines a la iglesia católica, y las liberales y modernizadoras, a menudo radicales, que llega prácticamente a nuestros días.
Así, la Constitución de Cádiz de 1812 fue una de las más liberales de su tiempo, y la tercera Constitución democrática del mundo, después de las de EE. UU. y Francia. Inspirada como las otras dos en los ideales de la Ilustración - estrechamente vinculados a la masonería y diseminados por Napoleón a través de Europa - fue reconocida y admirada por los progresistas europeos. En esa época – a principios del S. XIX- el pensamiento de Kant cimentaba tanto los ideales masónicos como los ilustrados, y había creado en Alemania toda una escuela filosófica de ilustres seguidores, como Goethe o Hegel. Todos ellos estaban fascinados por Napoleón, símbolo de un estado europeo ilustrado y unificado. En este contexto se desarrolla el pensamiento de Karl Christian Friedrich Krause, un miembro menos conocido de esta escuela filosófica que, sin embargo, dejaría más tarde un gran impacto en España.
Sobre la Constitución Española de 1812, Friedrich Krause llegó a exclamar con entusiasmo que “la luz del progreso alumbra ahora desde España”.
Sin embargo, como es sabido, la restauración borbónica de Fernando VII sólo dos años después condujo a dos décadas de absolutismo y de persecución de todo pensamiento liberal, incluyendo por supuesto a la masonería. Y esto a su vez desembocó a su muerte en las Guerras Carlistas, avivadas por el problema sucesorio a la llegada al trono de Isabel II, cuyo largo y conflictivo reinado concluye con la Revolución de Cádiz de 1868.
Llegamos así al último tercio del siglo XIX español, considerado la “edad de oro” de la masonería española gracias a las libertades constitucionales obtenidas a raíz de esta Revolución “Gloriosa” de 1868. Al abrigo de las libertades de reunión, expresión y asociación proliferaron logias y obediencias, tanto en la España metropolitana como en la de Ultramar. En apenas 30 años se constituyeron más de 1750 logias, dependientes de múltiples obediencias: Gran Oriente de España, Gran Oriente Nacional de España, Grande Oriente Español, Gran Oriente Lusitano Unido, Gran Logia Simbólica Catalano-Balear, Gran Oriente Ibérico, Gran Logia Unida de España y muchas más, sin contar aquellas logias que prefirieron ser independientes o autónomas, o las que optaron por buscar la regularidad masónica en el Supremo Consejo de Francia, en los Grandes Orientes de Francia, Italia y Uruguay o en la Gran Logia Unida de Inglaterra.
La masonería del último tercio del siglo XIX español, tardía y un tanto anárquica en su implantación, fue sin embargo pionera en su preocupación por resolver la cuestión de la iniciación femenina. Las logias de adopción aparecieron en España en un momento en el que en Francia la masonería de adopción había casi desaparecido, y en el resto de los países europeos las mujeres eran orientadas hacia la beneficencia y la educación.